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Aunque Cali haya registrado una disminución consistente en las tasas de homicidios en los últimos años, ser joven, pobre y negra es una posición social de extrema vulnerabilidad.

Esta columna fue realizada en coautoría con Andrea Moreno, educadora popular (Universidad del Valle) y miembro de la Casa Cultural El Chontaduro; y Maira Alejandra Alzate, socióloga (Universidad del Valle) y miembro de la Casa Cultural El Chontaduro.

 

“El sitio que más me gusta en la ciudad es el cementerio. Ahí están muchos de mis amigos”. La frase puede sonar siniestra para muchos, pero resulta ser un mero indicador del vivir urbano de jóvenes negros y pobres del Distrito de Aguablanca, en la periferia de Santiago de Cali, Colombia, para quien la “paz” firmada entre el gobierno y las FARC-EP sigue una realidad ajena.

Aunque Cali haya registrado una disminución consistente en las tasas de homicidios en los últimos años, ser joven, pobre y negra es una posición social de extrema vulnerabilidad.

En 2017, 1228 personas fueron asesinadas en la “sucursal del cielo”. Los datos siguen una tendencia histórica que revela los patrones socio-espaciales y demográficos de la violencia en la ciudad: la mayoría de las víctimas se concentra en los estratos 1 y 2 de las zonas marginales del oriente de la ciudad y en el rango de edad de María (15-29 años), la joven negra que considera el cementerio su sitio preferido (ver mapa).

Mientras los gobiernos local y departamental parecen ver en el aumento de la fuerza pública la principal estrategia de gobernanza urbana en el pos-acuerdo, entre los jóvenes hay una comprensión de que dichas políticas de seguridad son la guerra desde otros medios, donde son ellos elegidos como  “nuevos” agentes del miedo urbano.

En las áreas marginales de Cali, más que las pandillas, son las estructuras delincuenciales herederas del paramilitarismo y la represión/negligencia de las fuerzas públicas quien son acreditadas como responsables por la violencia homicida juvenil.

 

Geografía del Jovencidio en Santiago de Cali: ¿pos-conflicto?

Fuente: El Espectador. Radiografía de la Violencia en Cali.  https://www.elespectador.com/static_specials/46/homicidio-en-las-ciudades/index.html

Aun cuando el estado no está directamente implicado, para los jóvenes el gobierno crea las condiciones para la producción de la violencia. “La fuerza pública es la primera en ejercer la violencia contra nosotros”, dice una joven. “Que recibimos de la ciudad? No recibimos nada.

Solo discriminación, principalmente contra los que viven aquí en el Distrito”, otro  joven completa. Cuando se les hizo la pregunta sobre el papel de la policía en el pos-acuerdo, los jóvenes indicaron la necesidad de repensar las políticas de seguridad represivas que transportan a las ciudades la lógica del “enemigo interno”.

La policía aparece como una fuerza que brutaliza a los pobres o como parte de la estructura delincuencial: “uno confía más en las pandillas que en la policía. Aquí nadie les para bolas porque o se hacen los de la vista gorda o llegan con atropellos  a la comunidad”. De manera irónica, podría decirse, por tanto, que la presencia/ausencia de la policía es la principal política pública para los jóvenes pobres y racializados de Cali.

“Miedo a que nos maten”

En este contexto, el derecho a la ciudad es negado no sólo en términos del acceso a los recursos colectivos y bienes culturales que las urbes producen, sino también en su expresión más fundamental: el derecho a la vida. Según los jóvenes, vivir en la Cali urbana del pos-acuerdo, es vivir en la sombra de la muerte. En las palabras de uno de ellos, “es difícil sentirse libre porque siempre estamos con miedo que nos maten”.

Cuando  se les pregunta que les ofrece la ciudad, al mismo tiempo en que evocan los centros comerciales, el teatro, los sitios de rumba y los parques públicos (localizados en las zonas más privilegiadas de la ciudad, sitios que paradójicamente no pueden frecuentar) como lo que más aman de Cali, hay también una “conciencia espacial” de la manera como las oportunidades son distribuidas de manera desigual en el espacio urbano.

Es común, asimismo, que nombren la falta de oportunidades laborales, la inseguridad, la falta de acceso a la universidad pública, y la ausencia de áreas verdes en el Distrito como indicadores de la ciudad injusta. Que el racismo cumple un papel importante en la configuración de los territorios de exclusión y las zonas de privilegio en la ciudad, esto se hace evidente (aunque poco verbalizado) en las maneras como los jóvenes evocan el barrio como espacio Afro y en sus relatos sobre discriminación por el color de la piel en las zonas ricas de la ciudad.  

Foto 1: Historia espacial: Jóvenes del proyecto “Mi Ciudad, Mi Barrio, Mi Cuerpo: Aportes Afro-Juveniles y Femeninos para la Construcción de paz en la Colombia Urbana del Pos-Acuerdo”, discuten el proceso histórico de formación de Cali como la Sucursal del Cielo. Foto, IDRC/ICESI

¿Qué significa ser joven en contextos donde la vida urbana es sinónimo de inseguridad,  discriminación racial y muerte? ¿Qué ciudad quieren los jóvenes en el pos-acuerdo? ¿Cuáles son las posibilidades y desafíos para la paz en una ciudad racialmente dividida, socialmente injusta y género-sexualmente insegura?

Foto 2: Jóvenes de Aguablanca participantes del proyecto “Mi Ciudad, Mi Barrio, Mi Cuerpo: Aportes Afro-Juveniles y Femeninos para la Construcción de paz en la Colombia del Pos-Acuerdo”, participan de Foro regional en Aguablanca, Cali. Foto, IDRC/ICESI

¿Aunque en algunas miradas conservadoras el acuerdo de paz con las FARC-EP deba ser entendido strictu sensus en sus términos (un acuerdo entre dos partes sobre un conflicto esencialmente rural), cuando provocados a reflexionar sobre la firma de la paz en relación a su experiencia urbana los jóvenes ofrecen a la vez una crítica de sus limitaciones y una esperanza de que el acuerdo abre posibilidades para discutir las desigualdades estructurales y otras expresiones de violencia en el medio urbano. “El acuerdo de la paz se quedó entre ellos. Pero y la ciudad, qué? Esta problemática también está en lo urbano, ¿no?,” pregunta una de las jóvenes. Otro completa: “Piensan la paz para las elites, pero acá no piensan en las pandillas. No le dan la misma importancia a las dinámicas de guerra acá”.

Esta no es una cuestión  periférica para Cali (o para Colombia y América Latina) donde los homicidios de jóvenes pobres urbanos y racializados es una de las principales expresiones de la “otra guerra” cotidiana a que los jóvenes habitantes de Aguablanca hacen referencia y que una de las jóvenes de 14 años que ha perdido a dos de sus hermanos pone en evidencia al compartir sus sueños a futuro, “yo sueño con poder llegar hasta grande viva”.

Sus lecciones son bienvenidas por indirectamente recordarnos que en otros contextos transicionales (como en América Central y Sudáfrica), la ausencia de una política urbana para el pos-acuerdo convirtió a los jóvenes en las principales víctimas de los “tiempos de paz”. Desde la firma del acuerdo de paz con las FARC-EP, en agosto de 2016, nada ha cambiado en este sector deprimido de Cali: altas cifras de homicidios, pobreza y desempleo continúan alimentando la desesperanza y el miedo colectivo en los jóvenes frente a un futuro que para ellos siempre ha sido incierto y haciendo del Distrito una zona de guerra.

Territorio de Paz

No todo es tragedia en Aguablanca. El Distrito es una geografía depresiva del abandono estatal, pero a la vez es  un territorio donde los jóvenes reinventan su vivir urbano. Si en el imaginario de la ciudad el Distrito aparece como una geografía del crimen y del desorden, para los habitantes jóvenes éste es también un espacio de reafirmación de identidad y de construcción de paz. La pulsación de vida  está presente en cada esquina del Distrito, desde el graffiti consignado en las paredes de las calles que demarcan las fronteras invisibles, a las organizaciones juveniles luchando por preservar las pocas áreas verdes disponibles y amenazadas por el proyecto municipal de vivienda para las víctimas del “plan Jarillón”,  hasta los festivales de teatro y música que ocupan los espacios estigmatizados del barrio.

 

Foto 3: Tejiendo territorios: jóvenes de Aguablanca, Puerto Tejadas y Buenaventura socializan sus experiencias urbanas mientras tejen sus historias. Aguablanca, 22 de julio 2018. Foto, IDRC/ICESI

El foro regional “Voces Afro-Juveniles: luchas que unen territorio” – una propuesta innovadora de los jóvenes de la Asociación Casa Cultural El Chontaduro (y apoyada por el International Development Research Center y Universidad Icesi) – busca construir alternativas endógenas a la construcción de paz en la Colombia urbana del pos-acuerdo. El encuentro (hasta ahora se han realizado dos ediciones y una tercera edición está prevista para el primer semestre de 2019) ofrece una oportunidad de participación juvenil en los debates sobre los retos para la seguridad humana en el pos-acuerdo en las ciudades de Cali, Buenaventura y Puerto Tejada.

El foro es también un espacio de politizar la memoria del conflicto (recordando a los jóvenes asesinados en las confrontaciones entre pandillas), de resignificar la palabra “paz” en un contexto de desigualdades estructurales (para ellos la paz significa “empleo”, “justicia”, “salud”, “educación” etc) y para tejer nuevos territorios de esperanza en oposición a los territorios estigmatizados como espacios del miedo. Estos son claros ejemplos de esas voces afro juveniles y femeninas que se piensan a diario otro territorio con oportunidades reales, para mostrar esas otras formas de ser joven en el Distrito de Aguablanca de la ciudad de Cali.

Tal vez las palabras de un joven negro rapero, ofrezcan una síntesis de la estrategia política de retar los estereotipos y reivindicar el territorio como espacio de vida: “En el Distrito hay más talento que balas perdidas. Violencia hay, no podemos negar, pero el Distrito es también construido por gente como ustedes”.

 

Foto 5: Voces Afro-Juveniles: ¿Qué quieren los jóvenes en la Colombia urbana del pos-acuerdo? Evento organizado por la Casa Cultural El Chontaduro, con apoyo de IDRC-ICESI. Aguablanca, 22 de julio de 2018.

En el contexto presente en que el acuerdo de paz se ve amenazado por distintas fuerzas políticas, los retos de la transicionalidad son enormes y su futuro incierto. Entre tanto, hay lecciones por aprender desde la perspectiva local con los procesos comunitarios de Aguablanca, en el oriente de Cali.

Los agentes públicos (gobiernos locales, departamental y nacional) harían bien en ponerles cuidado a los jóvenes urbanos víctimas de la guerra ordinaria y de la violencia estructural de las urbes colombianas. Donantes internacionales, investigadores/as y organizaciones de la sociedad civil preocupados por ciudades más justas  e incluyentes desde las perspectivas de género, sexualidad, raza y clase, ahorrarán tiempo y dinero escuchando y apoyando las voces afro-juveniles y femeninas, por sus aportes creativos e innovadores a la construcción de paz desde abajo.

¿Qué quieren los jóvenes? Hay por lo menos tres áreas donde identificamos fuertes aspiraciones relacionadas con y más allá del contexto transicional: a) Derecho a la vida: la seguridad como un derecho ciudadano y los jóvenes como sujetos de derechos, no como enemigos urbanos; b) Acceso a la educación pública, gratuita y de calidad más allá de los cursos técnicos que reproducen la máxima perversa “formación técnica para los pobres y educación universitaria para las elites”; c) oportunidad laboral y apoyo gubernamental a las iniciativas empresariales juveniles; d) protección a los ejercicios de los derechos sexuales y reproductivos; e) participación en las decisiones sobre el empleo de los recursos públicos y sobre la gestión del territorio urbano

Quizás la recomendación más urgente en el marco de este proyecto sea escuchar a los jóvenes, reconocer su protagonismo y crear las condiciones políticas y económicas para la efectiva ejecución de sus aportes como constructores de paz. Los desafíos son inmensos para una sociedad donde ni tan siquiera la misma “paz negativa” ha sido lograda, pero a veces el obvio es tan obvio que necesita ser preguntado en tono alto y buen sonido: ¿hay futuro posible para una sociedad que asesina a sus jóvenes?

Para los jóvenes está claro que para que se den las condiciones políticas y económicas reales para la paz sostenible y duradera es necesario una mirada sin prejuicios y sin criminalización de los/las jóvenes negro/as de los sectores empobrecidos, de manera tal que en lugar de ser vistos como “problema social”, sean reconocidos como constructores de paz.