Lo que no sabemos después de alcanzar metas que nos han tomado esfuerzo, tiempo y dedicación. 

Estoy en el aeropuerto, a punto de cruzar, una vez más y quizás la última en un tiempo, la puerta para seguridad. Todo se revuelve, y por primera vez entiendo que esto se acabó. Empacar maletas fue solo el preámbulo de un largo viaje del que ya no hay regreso. 

Vuelvo a Colombia, después de 24 horas de aeropuertos, aviones, salas de espera, dónde el tiempo se congela y la distancia es proporcional a las horas de vuelo. En el avión quiero llegar ya. Aterrizamos a la madrugada, y ya estoy aquí, de nuevo, en lo que conozco, en lo que parece ser lo mismo de siempre. Todo luce tan familiar, que siento, por primera vez en la vida, que estoy en Macondo donde el tiempo no pasa. Más de lo mismo, los mismos trancones, el sol, la posibilidad de lluvia al medio día, después de un calor inclemente. Por primera vez, siento que estoy lejos de todo esto. Sólo observo, se siente como una película. 

Volver a conectar, a reconectar, y sentir que el cuerpo llega pero todo lo demás sigue en algún rincón del universo. Nunca me imaginé que volver sería tan duro. Nadie me dio pistas para pensar en como amortiguar esta caída por el túnel de Alicia, o mejor salir del túnel de Alicia. La sensación es que después de más de un año por fuera, todo se siente como un sueño. Aquí cada uno ha cambiado, despacio, en sus propios tiempos. Yo simplemente estuve sumergida en una burbuja de cambio extremo, otro idioma, cultura, amigos de diferentes partes del mundo, más la adaptación mental en un sistema académico diferente al mío. Una experiencia que me probó de qué estoy hecha. 

La duración de la caída es proporcional a cada persona, su experiencia antes, durante y después del viaje. Tengo amigos que están felices de volver. Otros que después de varios años no ven la hora de irse. Entre estas dos posiciones me pregunto lo díficil que es levantarse de la cama sin un propósito. Damos por hecho el movimiento, nos subimos en el bus de la rutina. Es diciembre, vísperas de navidad, queremos vernos con nuestra familia, amigos, conseguir trabajo, y que todo se resuelva en un chasquido de dedos.

Hay que detenerse. Hay que decantar el viaje, dejar que el cuerpo y el alma se aclimaten nuevamente. Y paso a paso, volver a tener un lugar en la vida de los otros, a los que dejamos un tiempo atrás. Por supuesto, con la tecnología estamos más cerca. Sin embargo, en la realidad todos estamos corriendo, hay compromisos y sobre todo es cierre de fin de año. Se cruzan las buenas intenciones con lo que es urgente y lo que es importante. Hay que cuidar las expectativas de ambos lados. 

Mientras tanto, el que está aterrizando sí siente más solo que nunca. Quiere seguir en contacto con la realidad que acaba de perder y la vida sigue. Las buenas noticias son aprovechar este tiempo de crisis para hacer un rediseño de lo que vendrá. Organizar que es importante y urgente. Retomar las cosas que hemos aplazado, ahora que ya tenemos el tiempo, y empezar a hacerlas, poco a poco. Seguir aterrizando, saber que otros que han pasado por esto han encontrado su lugar. No hay que encajar, hay que traer las nuevas versiones de nosotros mismos para dinamizar el tiempo, el espacio y la relación con otros. 

Es la creadora del proyecto de lectura Picnic de Palabras. Estudió literatura en la Universidad de los Andes y una maestría en educación con enfoque en literatura infantil y lectura.