Hablamos con María Teresa Calderón, directora del Centro de Estudios en Historia del Externado, sobre las implicaciones en el presente de la forma como se llevó a cabo el proceso independista.

Hoy se celebran 208 años de independencia.

 

Hablamos con María Teresa Calderón, directora del Centro de Estudios en Historia de la Universidad Externado sobre las implicaciones en el presente de la forma como se llevó a cabo el proceso independista y, más aún, de la forma como lo leyó durante muchos años la historiografía.

Calderón es coautora y coordinadora del libro llamado “Política y Constitución en Tiempos de las Independencias” en el que a partir de catorce trabajos de historiadores nacionales y extranjeros se ofrecen herramientas para pensar las dificultades de gobernabilidad que ha afrontado el mundo hispánico durante su historia republicana.

En el libro se critica el estudio que se ha hecho de nuestra Independencia, porque tenemos la lectura de que fue un fracaso. ¿Fue así?

María Teresa Calderón: Las revoluciones de independencia se interpretaron tradicionalmente en la estela de las dos grandes revoluciones que marcaron el tránsito del siglo XVIII al siglo XIX.

En la medida en que los historiadores observaban que ellas no habían modificado las estructuras sociales y económicas de la Colonia fueron vistas como la expresión fallida de sus antecesoras, la revolución francesa y la revolución norteamericana.

Esta tesis, por largo tiempo defendida por la historiografía sirvió, incluso para explicar el subdesarrollo, la inequidad e incluso la violencia.

En su vertiente progresista, ella dio paso a la idea que las élites que habían protagonizado las revoluciones habían alienado el sentido de la revolución acabando con las expectativas reformistas de los sectores populares.

Hoy sabemos que ese relato es ciencia ficción.

Pero a pesar de que en los últimos 25 años los historiadores han revaluado ese paradigma, esa sigue siendo con frecuencia la versión de la Historia que le cuentan a los niños en los colegios.

LSA: ¿Cómo nos afecta hoy no haber entendido bien de qué se trató la Independencia?

M.T.C.: Esta incomprensión compromete nuestra mirada sobre las repúblicas que surgieron de esas revoluciones.

La tesis del libro es que las primeras constituciones en el mundo hispánico le cerraron el paso al Estado liberal. Más allá del texto, no contemplaron instituciones que hicieran posible el estado administrativo y el imperio de la ley y, por el contrario, al haber dejado vigente parte del régimen colonial, crearon condiciones que dificultaron la gobernabilidad de estas repúblicas y las condenaron a una gran inestabilidad.

Hemos construido un montón de hipótesis para explicar el presunto fracaso del estado-nacional: que somos un pueblo renuente a la ley, que tenemos una propensión cultural al desorden. Me parece que estas “explicaciones” no tienen ningún fundamento y obedecen a preguntas equivocadas.

LSA: ¿Y cuál es su explicación de por qué no pudimos crear un Estado moderno?

M.T.C.: El estado administrativo moderno es el resultado de un proceso histórico complejo que demandó un conjunto de factores: un actor social -la burguesía- ligado al desarrollo del capitalismo, un proceso de secularización que permitió que el ejercicio del poder se afirmara en la voluntad, entre otros.

Las revoluciones hispánicas no conocieron nada de eso. Fueron revoluciones corporativas y católicas en las que el ejercicio del poder se mantuvo apegado a una comprensión tradicional de la justicia.

El punto es que esa noción “natural” de justicia fue clave porque aunque las revoluciones implicaron una incorporación muy importante de actores nuevos a la política, el ejercicio del poder y la competencia política se hicieron recurriendo a mecanismos jurídicos que venían de la Colonia.

Esto no fue un error o una desviacion. Al contrario, las constituciones que se expidieron en todo el mundo hispánico mantuvieron vigente el viejo derecho y al hacerlo lo integraron a los ordenamientos constitucionales republicanos.

De esa manera, lo que sucedió fue que todos esos actores que entraron en el juego de la política a partir de 1810 hicieron uso de esos dispositivos institucionales de manera que las revoluciones produjeron una suerte de hiperinflación jurídica.

Creo que apenas empezamos a entender este constitucionalismo hispánico que fue muy diferente del francés y del norteamericano.

LSA: ¿Cómo es ese constitucionalismo que heredamos?

M.T.C.: La Nueva Granada produjo una explosión de constituciones entre 1808 y 1816 impresionante: cerca de 18 constituciones provinciales o reformas a textos constitucionales.

Sin embargo, no eran instituyentes o constituyentes sino que reflejaban el orden “natural” de los pueblos, sus costumbres, sus privilegios.

En otras palabras, la constituciones no se podían elevar por encima de las demás normas, sino que eran una ley más pero no una como la entendemos hoy, es decir general y abstracta, sino una disposición particular y casuista. Esto no tiene nada que ver con leyes aplicadas de igual manera para todos, e interpretadas en función del espíritu con el que se dictaron. 

LSA: ¿En qué fue diferente nuestro proceso revolucionario del francés y norteamericano?

M.T.C.: Las revoluciones hispánicas fueron revoluciones moderadas. Los protagonistas insistieron con verdadera obsesión en esto, como se lee en los documentos de la época, para evitar los excesos de la revolución francesa. 

Cuando no se lee la revolución a través del prisma de ilustrados como Antonio Nariño, sino desde abajo, a través de la gran cantidad de documentos que produjeron los pueblos, las parroquias y las corporaciones, salta a la vista que nadie estaba pensando cambiar la sociedad y, en efecto, no cambia.

Con las revoluciones cambia la forma de gobierno, pero no la naturaleza católica y corporativa de la sociedad que nadie discutió.

LSA: Entonces, ¿cuál fue el objetivo de la revolución?

M.T.C.: Las revoluciones fueron el resultado de un estado de necesidad: el vacío creado por la ausencia del monarca que desencadenó una crisis de soberanía y comprometió la unidad del imperio.

Las revoluciones y las independencias fueron dos fenómenos distintos pero interrelacionados. Ninguno de ellos estaba previamente planeado sino que  fueron tomando forma con la radicalización que acompañó la profunda crisis que se abrió paso en 1808 cuando Fernando VII cedió unilateralmente sus reinos a Napoleón, un hecho que no tenía antecedentes en el antiguo régimen.

LSA: ¿Eso explica que después de 300 años de monarquía católica hayamos transitado a la República sin mayores discusiones, como se anota en su libro?

M.T.C.: Las revoluciones francesa y norteamericana dieron lugar a profundas discusiones sobre lo que debía entenderse por república. Por el contrario, en el mundo hispánico apenas se discutió sobre esta cuestión.

La monarquía católica reunía un conjunto de reinos con derechos propios. El vacío creado por la abdicación de Fernando VII en Bayona comprometió la unidad de esa diversidad de cuerpos.

En América esta situación le abrió paso a una reivindicación generalizada de autonomía de los territorios, es decir, a una demanda de autogobierno pero eso no significó, al menos en los primeros momentos del proceso, que estos territorios estuvieron buscando su independencia de España, ni supuso tampoco un desconocimiento de la monarquía.

No podemos olvidar que las primeras constituciones, como por ejemplo la Constitución de Cundinamarca de 1811, reconocieron y proclamaron lealtad al rey ausente. Solamente en el curso del proceso político se abren paso el gobierno representativo y las independencias.

LSA: En el libro se dice que entre la crisis de la Monarquía y la Batalla de Boyacá, el poder local aquí se fortaleció mucho ¿tiene esto que ver algo con la fragmentación del territorio colombiano?

M.T.C: En América esta implosión del Imperio se traduce en una gran fragmentación territorial. Lo interesante es que las primeras constituciones refuerzan el poder local.

LSA: ¿No pasó igual con la Revolución Francesa?

M.T.C: Sí, pero la República francesa cercena ese proceso porque expropia las soberanías de los territorios y los transforma en unidades administrativas quitándoles los derechos de autogobierno y justicia a los municipios. En el mundo hispánico, las repúblicas hispanoamericanas fueron repúblicas municipalistas en las que los ayuntamientos tuvieron potestad de autogobierno y derecho de administrar justicia.

LSA: ¿Y ésto que implicación tiene?

M.T.C.: Las repúblicas hispanoamericanas no expropiaron las soberanías de los territorios, convivieron con ellas.

Por ejemplo, en 1826 tuvo lugar la crisis de la Gran Colombia. En el transcurso de la misma, se reunieron tres asambleas constituyentes: la Convención de Ocaña de 1828, el Congreso Admirable en 1830 y la Convención Granadina en 1832. Ninguna de esas asambleas prosperó porque la legitimidad de la representación era constantemente socavada por la fuerza de los pueblos. En otra palabras los pueblos revocaron el poder de sus propios diputados cuando las asambleas se apartaron de sus peticiones y sus demandas.  

Otro dato relevante: en 1808 en todo el territorio de Tierra Fírme que correspondia grosso modo a Venezuela y Colombia, había 21 cabildos (que después se llamaron municipios). En 1824, después de la primera ley orgánica territorial, había 229 municipios. Casi once veces más en el transcurso de 16 años. Esto da cuenta de la multiplicación de las soberanías territoriales que conllevó la Independencia.

Estos territorios con su facultad de autogobierno y de justicia, pudieron nombrar sus propios alcaldes para garantizar su justicia con base en la costumbre. Es fácil entender la dificultad de gobernabilidad que esto supuso.

La elección popular de alcaldes y gobernadores lo que hizo fue colocar en manos de los actores armados el poder local

María Teresa Calderón

LSA: ¿Cuáles son las secuelas de esto?

M.T.C.: En un país con una debilidad estatal tan grande, la descentralización ha generado fenómenos muy problemáticos. La elección popular de alcaldes y gobernadores lo que hizo fue colocar en manos de los actores al margen de la ley el poder local, contrario a la idea que toda mi generación tenía de que iba a transformar la democracia y fomentar la participación.  

No es cierto que este país haya sido centralista siempre. Por el contrario, el fenómeno de poder local ha tenido una larguísima duración en su historia.

El conflicto armado se debe a territorios fragmentados, escindidos. Mucho me temo que cuando se plantearon en la Habana las circunscripciones especiales para los territorios afectados por el conflicto íbamos a volver al mismo esquema de fortalecer los territorios con el enorme problema después de articularlos de forma racional y funcional a la Nación y al Estado. 

 

LSA: En el libro se dice que los constantes cambios de constitución eran un reflejo de las confrontaciones políticas. De acuerdo con la Historia ¿sería conveniente una Asamblea Constituyente como la que propuso el uribismo y el petrismo en las últimas elecciones?

M.T.C: Lo que muestra la Historia es que es muy peligroso desinstitucionalizar el poco Estado que tenemos.

No podemos estar permanentemente rediseñando arreglos institucionales porque no le convienen al gobierno de turno. Cómo decía Hernando Valencia Villa: las constituciones para nosotros han sido Cartas de Batalla. No deben serlo.

No es cierto que este país haya sido centralista siempre y el fenómeno de poder local ha sido de larguísima duración. .

María Teresa Calderón

LSA: ¿Por qué?

M.T.C.: Hay que sacralizar la Constitución y situarla por encima de la confrontación política, de forma que ésta discurra sobre unas normas constitucionales respecto a las cuales todos estemos de acuerdo. La política que es lucha, enfrentamiento de intereses, sólo es posible pacificarla así.

Hay que sacralizar la Constitución y situarla por encima de la confrontación política

María Teresa Calderón

LSA: Del libro se colige que en la historia en Colombia no ha existido diferencia entre derecho y política ¿Qué significa eso?

M.T.C: Que las demandas políticas se han tendido a tramitar a través de mecanismos jurídicos. En otras palabras, contrario a lo que nos han dicho, hemos sido una país hiper politizado e hiper juridificado.

Un ejemplo: en 1826 durante el primer año de la crisis de la Gran Colombia hubo más de 200 pronunciamientos de pueblos.

Estos pronunciamientos, que no eran levantamientos, se hicieron dentro del marco de las constituciones y tuvieron incluso la forma de las leyes, contenían considerandos y resoluciones. Siguieron procedimientos muy precisos tanto para la reunión, como para la discusión, la votación y la comunicación de sus determinaciones.

LSA: ¿Hoy es diferente?

M.T.C: Es posible pensar que una desviación de ese fenómeno es la utilización que se hace hoy de la justicia en la confrontación política.

Empapelar a un enemigo político es un adefesio. Las contrapropuestas de sociedad se deben debatir y dirimir a través de los procedimientos democráticos, es decir, por la via del debate público en el Congreso y de procedimientos electorales pero no judicializando a los opositores.

LSA: El libro dice que las constituciones han reflejado la conflictividad política desde el siglo XIX. ¿Por qué?

M.T.C: El modelo constitucional que sale de las independencias tiene un potencial enorme de crear y reproducir conflictividad en el marco de la propia constitución porque integra instituciones diversas con contradicciones entre sí. El punto clave es que estas constituciones no derogaron el viejo derecho de la Monarquía sino que lo mantuvieron vigente.

La historiografía nos había dicho que este había sido un mecanismo de transición y nada más.

Lo cierto fue que ese viejo derecho se sumó al nuevo derecho parlamentario de suerte que los ordenamientos legales y constitucionales integraron estos cuerpos de normas que con frecuencia generaban nudos de tensiones.

El resultado es muy paradójico porque estamos ante una conflictividad que se reproduce en el marco de la constitución y que como evidencia el proceso político colombiano, me refiero a la crisis de 1826-1831 que acabó con la primera república colombiana, puede ser de tal magnitud que subvierta la propia constitución.

 

 

Soy la editora de La Silla Amazónica desde 2024 y estoy a cargo del Curso de Inmersión de La Silla. Fui la editora del Detector de Mentiras desde mediados de 2022 hasta 2023. Y previo a eso fui la editora de La Silla Académica desde 2017, un espacio que creamos con Juanita León para traducir periodísticamente...