Enrique Peñalosa suele andar con una caja de colores. ¿Y qué pinta? Pinta la ciudad con la que sueña, la que tiene en la cabeza hace años, la que trató de crear cuando fue alcalde hace once años y la que quiere terminar de hacer si es elegido alcalde de Bogotá. Tener una idea tan clara de la ciudad en su cabeza es su gran virtud. Pero también es su gran talón de Aquiles.

Toda la gente que conoce a Peñalosa no puede hablar de él sin mencionar su obsesión con esa visión que tiene para la ciudad. Hace diez años estaba en el balcón de un apartamento que tiene en Cartagena dibujando la fachada de la casa, cuando el amigo con el que estaba le preguntó cómo se imaginaba la Bogotá de 2020. Peñalosa no le contestó, se la pintó. Le explicó por dónde iría la ruta del metro, el metrocable en la Calera, dónde construiría un parque público.

“Un líder es la persona que sueña en grande y tiene la posibilidad de ejecutar ese sueño. Ese es Peñalosa”, dice su amigo, quien describe al candidato del Partido Verde y de La U como un ‘maníaco con una misión’.

Cuando Peñalosa va de viaje mide el ancho de los andenes y los compara con los de las calles por donde circulan los carros. Cuando camina por Bogotá, no deja de quejase de los afiches en las paredes, de los postes de luz que no funcionan, de los árboles que están chuecos o a punto de pudrirse. Su último reparo es con la decisión de la Alcaldía Mayor de achatar los andenes para que los carros giren fácilmente pero que dificulta el cruce de la calle para los peatones.

Otra persona que lo conoce bien dijo a La Silla Vacía que su obsesión con la ciudad, a veces, se parecía un poco a la locura. Todo lo que lee, todo lo que habla, todo lo que piensa y sueña gira alrededor de esa ciudad deseada.  “La mayor ambición de Peñalosa sería ser Alcalde de Bogotá durante 20 años consecutivos”, dijo una persona que trabaja con él y que, como varias otras, prefirieron no dar su nombre. 
 

Nace la obsesión

 

Enrique Peñalosa se consideraba un “cadáver político” cuando se les ocurrió crear el Partido Verde con Antanas Mockus y Lucho Garzón. Esa experiencia lo revivió políticamente. Foto: Campaña Antanas Mockus
Peñalosa y Uribe siempre han tenido una buena relación. Uribe, siendo presidente, apoyó abiertamente la candidatura de Peñalosa contra Samuel Moreno. Y varios exfuncionarios de Peñalosa entraron al gabinete de Uribe. Sin embargo, Peñalosa se opuso a la segunda reelección.
Álvaro Uribe ha ido a los barrios populares a hacerle campaña a Peñalosa y a tratar de mitigar la antipatía que hay por el candidato entre los estratos más pobres. Hasta ahora ese apoyo no se refleja del todo en las encuestas.
 
Enrique Peñalosa, tal como lo hicieron en el pasado Uribe y Juan Manuel Santos en campaña, consiguió la adhesión de un sector importante de la comunidad cristiana organizada, que es una fuerza electoral significativa.

 
 
 

Enrique Peñalosa heredó su pasión por la ciudad de su papá, que en esto, como en otras áreas de su vida y de su personalidad, lo marcó profundamente.

El abuelo de Peñalosa era un hombre que había quedado huérfano pequeño y que mantuvo a una familia de ocho hijos con el modesto sueldo de director de la imprenta nacional. Aunque creció sin plata, Peñalosa Camargo –el papá del candidato– se convirtió en un personaje importante en la historia de Colombia: fue embajador ante las Naciones Unidas, Ministro de Agricultura, primer director de las Corporaciones Autónomas Regionales, Concejal, entre otros cargos públicos. 

Como Ministro de Agricultura de Carlos Lleras Restrepo, Peñalosa Camargo impulsó la reforma agraria de finales de los años sesenta. Aunque la reforma fue limitada (el historiador Marco Palacios estima que en treinta años de vigencia de la reforma agraria, sólo 63 mil familias recibieron algo más de un millón de hectáreas en total), el sólo intento, liderado por el papá de Peñalosa, llevó a que los terratenientes la boicotearan o se aprovecharan de ella para desembarazarse de malas tierras. El escándalo que le montó el entonces senador Nacho Vives terminó de aniquilar su carrera en Colombia, puesto que aunque el papá de Peñalosa fue absuelto judicialmente, políticamente lo acabó.

A Peñalosa hijo el escándalo lo marcó de diferentes formas. Por un lado, porque resintió la injusticia y algunas personas cercanas le atribuyen a ese incidente la antipatía que él siempre sintió por los políticos tradicionales (por lo menos hasta antes de esta elección en la que ha hecho alianzas con todo el establecimiento político). También lo afectó porque en los años en que su papá fue gerente del Incora y él era un niño en el colegio Gimnasio Campestre de Bogotá, sus compañeros lo molestaban porque su papá le estaba incorando las fincas a sus familias.

Pero sobre todo porque a raíz del escándalo, Peñalosa Camargo fue nombrado Embajador de Colombia ante las Naciones Unidas y Peñalosa, con 15 años, se fue a vivir a Estados Unidos con su papá y sus hermanos. En Estados Unidos entró a estudiar a la Universidad de Duke becado por fubolista. Y su vida ‘americana’ y su formación académica como economista forjaron en gran parte su visión sobre la ciudad y sus nociones de igualdad, que él ha escogido como los ejes de su trayectoria política.

“Desde muy niño, yo estaba obsesionado con el tema de la igualdad y el desarrollo económico”, dijo Peñalosa a La Silla Vacía cuando lo entrevistamos sobre su programa. “A los 13 años estaba convencido de que el socialismo era el camino. Soy mucho más de izquierda que los señores del Polo”.

Sin embargo, en la universidad entendió que había sobreestimado la ineficiencia del sistema socialista que había llevado al fracaso del socialismo y que el desarrollo económico iba a llegar tarde o temprano. Fue entonces cuando se convirtió al capitalismo y se apasionó por el tema urbano.

Aunque parezca raro porque en esta campaña Peñalosa se ha alineado con la derecha y evoca con frecuencia a Dios y a su matrimonio de treinta años, Peñalosa, a lo largo de su trayectoria política, se ha visto a sí mismo más como un hombre liberal de centro izquierda.

Como lo dijo en una entrevista con El Colombiano, “el eje de cualquier actividad pública en Colombia hoy, tiene que ser una sociedad más igualitaria, más sostenible en lo social y en lo ambiental. Una nueva izquierda. La izquierda antigua es un inmenso error. Encontramos el fracaso del comunismo porque la estatización tiende a generar una inmensa ineficiencia, peores jerarquizaciones y segregaciones. La discusión sobre la distribución del ingreso que hacen los economistas es realmente carreta, porque en realidad no hay maneras prácticas de cambiarlo”.

Con La Silla desarrolló la idea: “Puede ser indispensable en algunos momentos tener programas de comida gratuita, pero eso no construye igualdad, puede incluso perpetuar la desigualdad”, dijo Peñalosa, un mes antes de anunciar que de ser elegido haría el programa de Bogotá sin Hambre II, el programa bandera de su ahora coequipero Lucho Garzón. “Buscar la igualdad sí es dar una cantidad de peleas, como darle al transporte público prioridad en el uso vial, o impedir que se privaticen las playas, o hacer megabibliotecas”. Peleas que dio.

Para explicarlo en otros términos, Peñalosa está convencido de que el mercado por sí mismo es el mejor y más eficiente vehículo para generar riqueza, pero al mismo tiempo está activamente en contra de los privilegios.

Estas dos posturas le generan, a la vez, antipatía entre los sectores de izquierda, que desconfían del mercado y que han criticado que algunas políticas de Peñalosa han terminado favoreciendo sobre todo a los ricos, como su resistencia a hacer cobros de plusvalía, o sus modificaciones del POT para urbanizar parte de la reserva forestal, o la privatización de la empresa de energía; y también genera antipatía entre las clases altas, que están acostumbrados a los privilegios (un ejemplo pequeño pero diciente fue cuando decidió que la carrera 9 con 82 debería ser de una sola vía y los socios del Gun Club lo tomaron como una ofensa, pues después de eso tenían que hacer una vuelta más larga para ir a almorzar).
 

La idea de ciudad

 

Ciudadanos opinan hoy sobre una de las obras realizadas por Peñalosa.
Video: Santiago Mateus
Ciudadanos hablan de una de las obras bandera de Peñalosa.
Video: Santiago Mateus
 
Durante su administración, Peñalosa desmarginalizó muchos barrios ilegales y creó parques por toda la ciudad, sobre todo en los barrios más pobres.

 
 
 

La idea de igualdad que maneja Peñalosa se resuelve a través de los bienes públicos. Peñalosa está convencido de que hay que compensar con bienes públicos las deficiencias que tiene la población en lo privado. Es decir, ofrecer unos bienes y servicios de alta calidad que pongan a ricos y pobres en circunstancias parecidas por lo menos cuando están en el espacio público

Que si viven en una casa estrecha, puedan gozar de un parque y una buena biblioteca como lo hacen los bogotanos más acomodados en sus clubes y colegios, o en los jardines de sus propias casas. O que si no tienen carro puedan ir en un bus igual de rápido porque el transporte público tiene un carril preferencial. O caminar por un andén sin miedo a ser atropellados. O tener acceso al verde, un bien cada vez más escaso.

“El desarrollo implica una mejor manera de vivir, no ser más rico”, dice Peñalosa. “Es la vida civilizada, que estemos afuera, no encerrados en los centros comerciales, que pintemos, que hagamos caminatas por los cerros, eso es lo que hace que una sociedad sea más feliz y mas civilizada. El objetivo verdadero es vivir mejor. Y la ciudad es un medio para una manera de vivir. Ese entorno físico determina cómo vive la gente”.

Peñalosa siempre ha pensado la ciudad alrededor de los ciudadanos más vulnerables, los niños, los viejos, los que se movilizan en silla de ruedas. Por eso, durante su administración construyó más de 250 kilómetros de ciclorrutas, 1.100 parques (que según la Encuesta Bienal de Culturas son hoy uno de los espacios más apreciados por los bogotanos), ocho jardines sociales de lujo para niños estrato uno, tres megabibliotecas y el sistema de Transmilenio que en su momento redujo los tiempos de movilidad en casi un 20 por ciento, entre otros proyectos.

También hizo una gran inversión en la desmarginalización de barrios pobres a donde llevó servicios públicos y calles pavimentadas y en educación, pasando durante su administración de una proporción del 60 por ciento educación privada (normalmente mala) a solo 30 por ciento privada y el resto pública y de mejor calidad.

“Hay que hacer una ciudad para la gente, con aceras, con espacios peatonales, con parques, con excelente transporte público, con belleza”, explica Peñalosa. “Me decían que era un decorador de ciudad y no me importa. ¿Por qué no usar los mejores arquitectos, por qué no hacer obras que enaltezcan el ser humano, que reflejen que el ser humano es sagrado?”

Los admiradores de Peñalosa aprecian en él la cualidad, a veces escasa en los colombianos, de pensar cosas en grande. Y la razón de que él lo haga así es que el candidato considera que las cosas ordinarias no le dan un carácter a una ciudad, ni le dan felicidad a nadie. Solo las cosas verdaderamente bellas.

La otra cara

Pero es precisamente esta priorización de la ‘ciudad bella’ lo que otros urbanistas le critican. Aunque le reconocen sus conocimientos en el tema urbano, consideran que el modelo de Peñalosa es limitado y es autoritario.

Por un lado, consideran que relega a un segundo lugar conceptos claves de una ciudad moderna como el elemento de la productividad económica y la inserción de Bogotá en la economía internacional, la integración de la ciudad con el nivel nacional y la distribución de riqueza.

Dicen que su modelo no apunta a crear oportunidades de empleo y desarrollo y que, por eso, apenas construye un andén amplio éste rápidamente se llena de vendedores ambulantes. Porque la gente sigue siendo pobre y los necesita para ganarse la vida.

“Peñalosa tiene una visión de la ciudad del siglo XIX, su obsesión por los parques, las alamedas, forman parte del ‘Movimiento de la ciudad bella’, es una estética basada en la cosmética del parque. Hay que pasar de la ciudad bella a la informacional y él sigue obsesionado por tratar todo como si fuera un problema de embellecimiento”, dice Mario Noriega, profesor de la maestría de planeamiento urbano y regional de la Universidad Javeriana.

En la misma línea, otros de sus críticos dicen que Peñalosa tiene una visión faraónica de lo público. “Es un urbanismo impositivo que no resuelve una necesidad sino que responde al ego de Peñalosa. Impone proyectos de arriba hacia abajo”, dice uno de ellos. “Peñalosa no tiene en cuenta instancias políticas de participación y tiene una visión muy centralista porque cree que la descentralización es igual a la corrupción”.

Aunque no quiso que se revelara su nombre dio ejemplos concretos. Uno de ellos la biblioteca El Tintal, en el sur, que es hermosa, pero la inversión realizada en ella no es proporcional a la poca afluencia de gente que va.  Otro proyecto de estos sería la Alameda El Porvenir, que no es disfrutada por tantos bogotanos como se esperaba cuando se hizo la inversión, porque el problema de la inseguridad nunca se superó. El Parque del Renacimiento de la 26, que es tan solitario como el cementerio. E incluso los jardines infantiles, en donde cualquier familia rica quisiera dejar sus hijos, pero que costaron millones de pesos mientras que los demás jardines del ICBF y a donde iban la mayoría de niños bogotanos, carecían de baños.

Y está el caso Tercer Milenio, que es el preferido de todos los urbanistas que no quieren a Peñalosa. Pero que también es el preferido de todos los que piensan que los bogotanos están locos si dejan pasar la oportunidad de elegir a Peñalosa el próximo domingo.
 

El Parque Tercer Milenio

 

La construcción de megabibliotecas, como la Virgilio Barco, le cambiaron la cara a la ciudad y permitieron el acceso de miles de niños a libros y espacios culturales. Pero algunas de ellas, como la del Tintal, no son aprovechadas al máximo.
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El parque Tercer Milenio reemplazó a la Calle del Cartucho y se convirtió en un símbolo de lo bueno y lo malo de la administración Peñalosa.
 
La Alameda Porvenir, que fue una inversión gigantesca del distrito, tiene problemas de seguridad y es subutilizada.

 
 
 

La Calle del Cartucho, a pocas cuadras de la Casa de Nariño y el Palacio Liévano, era uno de los focos de criminalidad y consumo de drogas más grandes del país. Era una ‘olla’ gigante, con niveles de corrupción policial proporcionales a los de los delincuentes que operaban desde allí. El Cartucho era uno de los principales escondederos de armas, de delincuentes y hasta de secuestrados. También de la pobreza más extrema. Se calcula que en estas 20 manzanas vivían unos 2.500 indigentes. Era un problema que parecía insoluble.

Pero no para Peñalosa. Durante su administración, Peñalosa manejó la teoría (y la aplicó) de que había que comenzar por los problemas más difíciles porque, una vez resueltos, era fácil convencer a la gente que los más sencillos también se podían superar. Por eso arrancó el Transmilenio por la Caracas, que era donde las mafias del transporte oponían mayor resistencia a cualquier transformación en la movilidad. El Cartucho era todo un reto para el Alcalde.

Peñalosa decidió convertir El Cartucho en un gran parque, “donde los niños tocaran violín” y no escatimó esfuerzos para lograrlo. Con policía y hasta helicópteros armados, desalojó a los habitantes que no querían reubicarse, tumbó las casas con buldózer, compró más de 600 terrenos y, al finalizar su administración, Peñalosa entregó el parque Tercer Milenio, con una escultura inmensa de Eduardo Ramírez Villamizar, un espacio amplio para que los niños jugaran, caminos para los enamorados, en fin. Un nuevo referente para la ciudad que le mejoró considerablemente la cara al centro.

Después de una inversión de más de 150 mil millones de pesos, El Cartucho desapareció. Pero casi inmediatamente retoñó en más de mil ollas desperdigadas en las veinte localidades.

La inversión social en la rehabilitación de los indigentes y las oportunidades de otra vida económica para los 12 mil habitantes de El Cartucho no fueron prioritarios para Peñalosa, como sí lo fue la revolución física de la zona. A la administración de Mockus le tocó iniciar todo un plan de vivienda prioritaria para atender el problema social del Cartucho que seguía –y se puede decir que sigue– sin ser resuelto.

“Es que Peñalosa es un gerente y a los gerentes la democracia les estorba. Un político construye con los demás”, dijo una persona que trabajó en la Administración de Mockus y que conoció de cerca todo el proceso del parque Tercer Milenio.

El gerente

Peñalosa es un gerente eficiente y efectivo. Eso lo reconocen los que lo quieren y los que lo odian y hay una buena proporción de gente en cada bando que sienten una cosa y otra con igual intensidad.

Quienes han trabajado con él lo quieren de verdad. A diferencia de Petro, que es frío con su círculo cercano, que le teme, y en cambio es carismático y cercano en la plaza pública, Peñalosa es caluroso y respetuoso con la gente que lo conoce y absolutamente torpe y hostil con todos los demás. “No resiste la mediocridad”, dice una de las personas que lleva años trabajando con él. “No tiene filtro”, dice otro. “Va diciendo lo primero que se le ocurre”.

Durante su administración, Peñalosa se rodeó de la gente que consideraba más apta para el cargo. A la mayoría ni los conocía. Varios de ellos dijeron a La Silla Vacía que una vez Peñalosa les ofreció el cargo les preguntó quién consideraban bueno para las otras vacantes. Y que el nombre que ellos dijeron fue el que quedó. 

Una anécdota que uno de ellos contó tiene que ver con Sergio Regueros, el que venía de ser el Director de la ETB de Mockus. En el carro, rumbo a la entrevista, Peñalosa venía diciendo que Regueros ‘era un cretino’ –un adjetivo que él usa con frecuencia para referirse a otros– y que no sabía nada.

Pero cuando llegó y Regueros les hizo una presentación de varias horas, Peñalosa concluyó que había que dejarlo en el cargo, que era impresionante lo mucho que sabía. Y así, la ETB, que era la joya de la corona en ese momento, quedó en manos de alguien a quien Peñalosa no le debía nada.

Entre su equipo había una gran cohesión de grupo y una gran admiración por el conocimiento y liderazgo de Peñalosa, que delega y revisa, pero confía en su equipo. Y ejecuta. La mayoría de ellos aún lo acompañan. Otros se fueron con Uribe (Alicia Arango, la ‘Conchi’ Araújo, Cecilia María Vélez, Carolina Barco y María del Pilar Hurtado, la exdirectora del DAS, que está prófuga en Panamá).

Cuando era Alcalde y todavía no existía el celular, Peñalosa diseñó un sistema de correo de voz para comunicarse con los funcionarios de su administración. Cuando estos se levantaban miraban sus buzones y a las siete de la mañana ya tenían mensajes del Alcalde que recorría obsesivamente la ciudad detectando dónde había fallas o dónde había oportunidades de mejorar. 

En momentos de crisis, la gente que lo conoce, dice que Peñalosa actúa con serenidad. Una de sus ex funcionarias que ahora lo acompaña en esta campaña, recuerda que el peor día de su administración fue el día de la tragedia de Luna Park.

El 25 de agosto del año 2000, siguiendo la orden de recobrar el espacio público, el alcalde local de la localidad Antonio Nariño dio la orden de derribar un muro que se había levantado ilegalmente hace 27 años en el vecindario de Luna Park, en el barrio Restrepo.

Los vecinos habían protestado porque alegaban que no se sentían seguros, pero como el cerramiento era ilegal, un buldózer echó abajo el muro. Pero se equivocó y en cambio de atraerlo hacía la máquina lo empujó contra una barrera humana que habían formado los vecinos para impedir que lo tumbaran y murieron dos personas.

Cuando se enteró de la noticia, Peñalosa le dejó a todos sus empleados un mensaje en el correo de voz lamentando la tragedia pero recordándoles la misión en la que todos estaban trabajando para sacar adelante la ciudad.

“Esa claridad de por qué trabajar nos reconfortó a todos”, dijo su asesora. “La visión que tiene Peñalosa y que siempre se la juega por el interés general es donde radica la fuerza de su liderazgo”.

Ella, por ejemplo, admira el impacto a largo plazo que ha tenido su jefe, no sólo sobre la organización de la ciudad sino sobre las políticas urbanas de las ciudades de todo el país, que han comenzado a replicar el modelo de Bogotá. Peñalosa reglamentó que toda construcción en la ciudad tiene que dejar un espacio público de determinados metros, especificó los materiales, incluso el tipo de árboles –él se sabe el nombre de todos porque su mamá era decoradora de jardines– que debían plantarse. Y mal que bien, esa reglamentación se sigue aplicando una década después.

El resultado de esto es una ciudad más ordenada y coherente, dicen sus seguidores. Sus detractores, en cambio, dicen que es una estética que tiende a la homogeneización. “Es la idea de orden de derecha, facha, es someter a un único patrón de conducta a los ciudadanos”.

Su alianza con Uribe

En una entrevista que le hizo curiosamente Sergio Fajardo en 2002, cuando Fajardo era el jefe de redacción de El Colombiano y Peñalosa acababa de dejar la alcaldía, el ahora aspirante a la Gobernación de Antioquia también por el Partido Verde le preguntó si tenía una organización política, si era autoritario. Y Peñalosa respondió:

“No voy a hacerme el demócrata, en el sentido de que no tengo ni organización, ni tiempo para sentarme en reuniones interminables. A mí me parece rico sentarme y discutir, absorbo muchas ideas. Pero no voy a crear una organización donde vamos a tomar decisiones por votación y demás. La gente que sabe que escucho, es la gente que ha trabajado conmigo. En este momento yo hago política no porque me interese el poder, lucho por promover una visión y unas concepciones que tengo, las cuales pueden ser ajustadas en el camino a través del aprendizaje, la discusión y el conocimiento, pero no tengo ningún interés en crear una organización. Mi objetivo es construir espacios peatonales, colegios y parques, colocarle alcantarillado a los barrios pobres, etc. Otros se encargarán de la evolución de las instituciones políticas, esa no es mi prioridad”.

Y ese párrafo, de alguna manera, explica el recorrido político de Peñalosa, que no ha mostrado tanto interés en construir un proyecto político, como en encontrar el vehículo que le permita llegar a la Alcaldía a desarrollar su proyecto de ciudad.

Después de hacer una maestría en el Instituto Internacional de Administración de París y obtener un doctorado en Administración Pública de la Universidad de París 2, Peñalosa volvió al país. Fue secretario económico de Virgilio Barco (en cuyo honor bautizó la megabiblioteca que construyó); fue representante liberal a la Cámara de Representantes en 1990; aspiró infructuosamente a la Alcaldía como precandidato liberal en 1991 y como candidato tres años después; finalmente le ganó a Carlos Moreno de Caro con su movimiento ‘Por la Bogotá que Soñamos’, que luego se disolvió cuando no lograron superar el umbral requerido unos años después.

Peñalosa tuvo una tercera derrota en 2007 cuando intentó volver al Palacio Liévano y perdió frente a Samuel Moreno, a pesar de haber sido el favorito durante toda la primera parte de la campaña. Y luego otra en 2010, cuando perdió la consulta interna del Partido Verde contra Antanas Mockus.

Enrique Peñalosa ha perdido varias veces pero esta vez quiere ganar. Necesita ganar. Una vez alguien le oyó quejarse de que sus hijos no lo han visto sino perder elecciones. Y aunque no tiene sino 57 años, siente que esta es quizás su última oportunidad de construir esa ciudad con la que sueña.

Se creía que aliarse con Álvaro Uribe era –por lo menos cuando aceptó su apoyo– un camino más o menos seguro para lograrlo. Peñalosa se había opuesto públicamente a la reelección de Uribe y nunca le aceptó los cargos que este le ofreció cuando Presidente. Pero igual lo admiraba, sobre todo sus posturas en el tema de seguridad, que son las mismas de Peñalosa.

Además, Lucho Garzón le montó una campaña negativa durante los primeros años de su Alcaldía, en el que no pasaba una semana sin que saliera a los medios a hablar del lamentable estado de las lozas de Transmilenio: haber usado mal el relleno fluido en algunas de las vías fue uno de los grandes errores de la administración Peñalosa que le han costado millones de pesos a los contribuyentes bogotanos; unida a la serie de rumores dispersados por la campaña de Samuel Moreno en la que convencieron a prácticamente todos los taxistas que Peñalosa o sus hermanos eran dueños no sólo de Transmilenio sino también de los taxis ‘blancos’ y de la fábrica de bolardos y de los moños de Navidad; sumado al rechazo que generó en miles de familias el desalojo de los vendedores ambulantes hizo de Peñalosa uno de los personajes más odiados entre los sectores populares.

Para reversar esa opinión, ¿quién mejor que Uribe, que era (y sigue siendo) admirado y querido en estos estratos?

Como Peñalosa tiene una idea fija en su cabeza y la certeza de que él puede hacer de Bogotá un lugar incluyente, civilizado y hermoso, su primera declaración pública cuando el Partido Verde lo escogió como candidato fue manifestar su beneplácito con el respaldo de Uribe. No le importó que la Ola Verde, que le había puesto tres millones y medio de votos a Mockus, se hubiera levantado precisamente contra todo lo que significaba el ex presidente y que el mito fundacional del partido fuera incompatible con las prácticas del uribismo. El resto ya se sabe: el partido mayoritariamente aprobó no sólo este apoyo sino además la alianza con La U, Mockus se salió y de la ilusión que había despertado este partido solo quedó un partido ordinario como cualquier otro. “Otros se encargarán de la evolución de las instituciones políticas, esa no es mi prioridad”, ya lo había dicho Peñalosa.

Pero los frutos de esa alianza con Uribe y su partido hasta ahora no se han reflejado en las encuestas. Con la salida de Mockus, perdió la mitad del voto del partido Verde y sólo tiene un poco más de tercio del apoyo de La U, según la última encuesta Gallup. En los estratos uno y dos sigue teniendo un rechazo superior al 50 por ciento. Y muchas personas que naturalmente se sentirían inclinadas a votar por él, por su conocimiento técnico y sus habilidades probadas como gerente en un momento crítico como el que vive Bogotá, sienten urticaria de fortalecer a Uribe con un voto por Peñalosa.

¿Importa Uribe?

Quienes conocen bien a Uribe aseguran que el apoyo del ex presidente en nada cambiará lo que haga Peñalosa una vez llegue a la Alcaldía. Que ni siquiera tendrá que traicionarlo como lo hizo Santos, porque Uribe en realidad no tiene ningún interés en Bogotá, más allá de poder cobrarse como propio el triunfo del segundo cargo más importante del país y de aprovechar esta campaña para construir los cuadros políticos que le permitirán a alguno de sus protegidos volver a la Casa de Nariño en 2014.

Y quienes conocen a Peñalosa creen que el apoyo del ex presidente en nada cambiará lo que haga el candidato una vez llegue a la Alcaldía. Por una sola razón y es porque Peñalosa va a llegar a terminar la tarea que comenzó hace una década y aplicar su modelo de ciudad, sin negociarlo con nadie.

Aún está por verse si es capaz de llegar al Palacio Liévano sobre los hombros del establecimiento político bogotano y tener tanta libertad como tuvo en el pasado para desarrollar su proyecto. Ya cedió en un punto que fue polémico durante su alcaldía y prometió devolverle a las Juntas Administradoras Locales la capacidad de ejecutar directamente presupuesto para hacer algunas obras como pavimentación de calles, algo que es importante para los ediles y, en todo caso, varios expertos urbanos consideran que descentralizar este gasto es una buena idea. También le prometió a los cristianos crear una Secretaria de Asuntos Religiosos en la Alcaldía pero, según dijo una persona que trabaja con él, ya por ley debe exisitir una subsecretaría de ese tipo, o sea que el cambio no es mucho (salvo en lo simbólico para los laicos).

Si Peñalosa llega al Palacio Liévano a actuar como lo ha hecho toda su vida, lo más seguro es que llegará a continuar su modelo de ciudad sin hacerle concesiones a nadie, pero también sin escuchar las sugerencias de nadie. Su equipo programático para cada tema ya elaboró un documento con el diagnóstico, la estrategia, la financiación y el borrador del plan de gobierno durante los primeros cien días. Salvo porque esta vez le apostará mucho más a los jóvenes, es un modelo que no diferirá sustancialmente del que impulsó hace una década (ver entrevista) porque él siente que ese quedó inconcluso y precisamente su obsesión es terminarlo.

De todos los candidatos, para bien o para mal, Peñalosa es el más predecible. 

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...