I.


I.
En enero de este año el periodista Hollman Morris se reunió, por una amable invitación del embajador norteamericano y en la residencia del embajador en Bogotá, con James B. Steinberg, segundo a cargo en la dirección del Departamento de Estado de Estados Unidos. Fue un almuerzo privado, sólo había cuatro personas presentes, y se habló, era inevitable, sobre el criollo: el caso de las “chuzadas” del Departamento Administrativo de Seguridad donde agentes del estado colombiano, al parecer fomentados por altos funcionarios del gobierno, han hecho infiltraciones ilegales, acosos, seguimientos y montajes a defensores de derechos humanos, sindicalistas, políticos, periodistas independientes y miembros de la Corte Suprema de Justicia.

Tras la invitación a almorzar en la casa en Bogotá del gobierno de Estados Unidos Hollman Morris se vio metido en una situación bien particular: mientras que la Universidad de Harvard le otorga una beca, su visa de estudio para entrar a ese país le es negada. Se trata de un gesto paradójico: muestra una disparidad de criterio, una ciclotimia propia de un cálculo torpe o el reflejo de una lucha interna y descarnada entre palomas demócratas contra halcones republicanos.

La ambivalencia estatal gringa es similar al tímido cubrimiento que esta noticia ha tenido en la gran prensa local y, para enterarse en detalle de los pormenores del asunto, ha sido necesario recurrir a la prensa menor: a un de noticias independiente, a un corresponsal colombiano de un de Estados Unidos y a la en singular de un columnista en un medio nacional. Es diciente que el periódico El Tiempo haya publicado una fragmentada y pobremente redactada en su sección “Gente”, a diferencia de El Espectador que la puso —mejor — en “Actualidad”, o que otros medios como RCN, Caracol y Semana no la tengan en su parrilla de noticias. El lugar donde El Tiempo publica la noticia, sumado a la omisión de los otros medios, muestra que la noticia se quiere hacer ver como un impase personal de Morris, un supuesto yerro que recuerda el dicho que algún bobo vivo repite cuando aparece un muerto asesinado en medio de la vía pública: “Si lo mataron es porque algo malo habrá hecho”.

A pocos les ha interesado resaltar que Hollman Morris era uno de los protagonistas de ese “” macabro del Departamento Administrativo de Seguridad que trascendió el salón de clases estatal y se hizo público, esa pieza didáctica degenerada —el que la hizo sublimó su placer sádico con efectismo gráfico, basta ver la tipografía chicanera de los —, donde se mostraban los “cursos de acción” para joder a Morris, entre ellos “gestionar la suspensión de la visa”, que en el caso de este y muchos otros periodistas, podría convertirse por un error hábil de digitación en “suspensión de la vida”.

El autoproclamado periodismo que pretende el caso de Sandra Bessudo, la actual Ministra de Medio Ambiente designada, pero omite que ella con su familia en Bogotá en la montaña en medio de una reserva forestal donde hay bosque nativo, es el mismo que ignora la gravedad de lo que le ha pasado a Morris y las aristas del asunto. ¿Y por qué lo ignora? Se pueden aventurar muchas versiones, desde confabulaciones hasta envidia, basta ver un capítulo del programa de Morris para darse cuenta de que el compromiso de este periodista con las historias y personas que aparecen en sus narraciones pone en evidencia la práctica apenas cosmética de muchos otros informadores. Morris se ha convertido en un para muchos, incluso para todos los que fungen de periodistas. Pero esto es hilar muy delgado y tal vez a esos mercaderes de la información, a estos comentaristas banderizos y a sus editores socarrones, los mueven razones más mundanas y banales, semejantes al mismo periodismo que practican, y su cómplice sobre el caso de Morris sólo se deba a motivos personales: no quieren que a ellos también les nieguen la visa “americana”.

II.
Durante las últimas dos semanas el periodista Daniel Coronel ha publicado dos de sus mejores columnas en Semana. Al menos así lo han señalado en la sección de usuarios como Alan Brito: “Tengo una duda: de todos los artículos la mayoría acomodados, ¿cuándo va a rectificar las calumnias que publica? De los artículos de Coronell este es el mejor. Gracias Semana”. Este delgadito avatar se refiere a que en el espacio de la columna no hay texto. Una nota de la redacción explica: “El columnista Daniel Coronell se encuentra disfrutando de vacaciones, y por eso no aparece en esta edición. Regresará a estas páginas en una semana.”

Sin embargo, Semana ha dejado el espacio de comentarios abierto, y ahí sigue escribiendo Coronell, sin hacer uso de la palabra, en la voz de los lectores que juegan al tiro al blanco sobre el de su silencio. Dice Tadeo Orostegui: “Queda claro en estas dos semanas toda la falta que Coronell hace, especialmente a sus detractores. Madrugan a escribir contra el ausente.” Y responde Luis Lara Mazenett: “Mentiras..Daniel Coronel no está en vacaciones, ella se está realizando una cirugía para cambio de sexo, por fin salió del closet. Amén.” Escribe Carlos Rovira Márquez: “Coronell, venga pronto” y Certero 33 añade: “Nunca vuelvas…Nunca vuelvas…Nunca vuelvas…Nunca vuelvas…Nunca vuelvas…” Escribe Gabriela María Arango: “Coronell, los insultos son el mejor homenaje que hacen los ciegos fanáticos a tu trabajo.” Escribe Algemiro Ávila Salina: “Lo mejor de su regreso será sentir que nunca se fue”.

Y así, se lee toda una larga y ondulante columna escrita por los lectores, o por Coronell, que muestra cómo a veces el poder de un narrador no solo está en lo que dice sino en cómo lo dice, así en este caso sea, por fortuna, con un breve pero elocuente silencio.

 

Bogotá, 1971. Profesor, Universidad de los Andes. A veces dibuja, a veces escribe.luospina@uniandes.edu.co