A mí en no preocupa para nada que el Congreso no apruebe leyes, porque la verdad es que las mejores leyes muchas veces son las que se archivan. Salvo iniciativas esenciales como el presupuesto nacional o la reglamentación de la reforma de la reforma política, no pasaría nada si el Congreso dedicara su tiempo en lo que falta de esta legislatura a labores de control político, especialmente ahora que se aprestan a celebrar los 20 de años de la moción de censura descabezando al Ministro de Agricultura.

A mí en no preocupa para nada que el Congreso no apruebe leyes, porque la verdad es que las mejores leyes muchas veces son las que se archivan. Salvo iniciativas esenciales como el presupuesto nacional o la reglamentación de la reforma de la reforma política, no pasaría nada si el Congreso dedicara su tiempo en lo que falta de esta legislatura a labores de control político, especialmente ahora que se aprestan a celebrar los 20 de años de la moción de censura descabezando al Ministro de Agricultura.

Un bello ejemplo de un proyecto archivable es el PL 165-09, “Por medio de la cual (sic) se modifica la ley 546 de 1999 con relación a la protección de vivienda y se dictan otras disposiciones”, presentado por Jesús Bernal Amorocho del Polo y anunciado con bombos y platillos como la reivindicación social más importante de la historia de Colombia desde la abolición de la esclavitud. 

Es el proyecto del dos y medio, que les permite a los colombianos que han pagado dos y media veces el valor nominal de su crédito hipotecario dejar de pagar y listo, se quedan con su casita. Como todo este tipo de iniciativas la idea apela a nuestro sentido de equidad, a nuestro temor a perder la vivienda y a la antipatía –y hay que decirlo- que le tienen muchos colombianos a algunos bancos.

El proyecto en realidad es populismo puro y duro, de la más rancia estirpe latinoamericana y como tal, de aprobarse prácticamente pondría fin al crédito hipotecario en Colombia, dejando sin posibilidad de vivienda digna a la mayoría de los colombianos, especialmente a los más pobres.

Veamos porque. Por tratarse de la adquisición más costosa que hace un ciudadano en su vida adquirir vivienda es imposible sin crédito. El crédito lo da quien tiene el dinero, es decir los bancos. Que, no sobra decir, no es que presten el dinero de sus accionistas sino el dinero suyo, querido lector, el que usted ha depositado en el banco. Por eso el banco se debe asegurar que a) la plata prestada se la van a devolver y b) que tendrá una rentabilidad de la transacción, porque entre otras cosas debe girarle a usted los intereses de sus depósitos.

El ciudadano común, en cambio, busca a) que le presten lo máximo posible, b) lo más barato posible y c) al más largo tiempo posible. Mejor dicho, poder comprar casa con la menor cuota inicial y con cuotas mensuales pequeñas, lo que solo es viable con créditos a largo plazo. Cómo en Europa o Estados Unidos, donde el crédito hipotecario es a 30 años y la cuota es igual que un arrendamiento. 

Desde la perspectiva del banco el riesgo se calibra con tres cosas a) el monto en riesgo, b) la tasa de interés y c) la garantía. Por lo tanto si hay mucho riesgo presto poquito, cobro mucho por el préstamo y le pido al sujeto que me hipoteque hasta el primogénito de la familia.

Hace unos años, en un gesto populista similar, algún parlamentario introdujo un mico en una ley procesal que declaraba como inembargables a las madres cabeza de familia. La iniciativa que sonaba muy “social” condenó a la muerte civil a estas mujeres. Al ser inembargables, las convirtió de tajo y a todas en sujetos no aptos para crédito, porque nadie le va a prestar plata a alguien a quien no se la puede cobrar.

Volviendo al dos y medio, de aprobarse esta idea, los bancos no van a prestar sino poco, muy caro y a cortísimo plazo. O sea que las cuotas para la mayoría de los colombianos serán impagables. Bonito favor, el que le hace el doctor Bernal al pueblo colombiano. Con estos amigos para qué enemigos.