Por María Alejandra Vélez
Los viajeros del siglo XXI no solo toman fotos desde el espacio, participan de un turismo social y ambientalmente responsable. Conocen y aprenden sobre el territorio y sus habitantes.
Por María Alejandra Vélez
Los viajeros del siglo XXI no solo toman fotos desde el espacio, participan de un turismo social y ambientalmente responsable. Conocen y aprenden sobre el territorio y sus habitantes.
A propósito de la excelente entrada de Daniel Castillo sobre el papel de la fotografía y los exploradores del siglo XX en la construcción del imaginario de la selva y la naturaleza, quisiera complementar con otra forma de (re) construcción de este imaginario: viajando.
Y con esto no me refiero al turismo masivo y convencional que puede, entre otras, terminar en la comentada tragedia de los destinos turísticos. Me refiero a un turismo de menor impacto en el que hay una interacción con el entorno (“ecoturismo”) y sus habitantes (“etnoturismo”). Del primero hemos oído hablar mucho, pero tal vez el segundo es una forma más poderosa de construir un nuevo imaginario de la naturaleza y sus habitantes. El etnoturismo según la Ley 300 de 1996 se define como “el turismo especializado y dirigido que se realiza en territorios de los grupos étnicos con fines culturales, educativos y recreativos que permite conocer los valores culturales, forma de vida, manejo ambiental, costumbres de los grupos étnicos, así como aspectos de su historia”.
En Colombia ya hay varias opciones para este tipo de turismo. En la Guajira, se pueden recorrer las maravillosas playas de Punta Gallinas y llegar al oasis de la Makuira, hospedándose todo el recorrido en rancherías Wayuu.
Mujeres Wayuu sacando agua de un pozo natural en el desierto. Diciembre 2009.
En el pacífico, los habitantes del Consejo Comunitario de Bahía Málaga le están apostando al etnoturismo como una forma de generación de ingresos y protección de su territorio (Más información en ecomanglarpacifico@gmail.com). La semana pasada tuve la suerte de estar ahí con 10 estudiantes de Administración de la Universidad de los Andes, en una forma de “turismo voluntario” donde no solo se ven ballenas y se visitan cascadas, sino que se interactúa, se dialoga, y se aporta en alguna actividad de la comunidad. En nuestro caso fueron actividades con los niños y apoyo en el diseño y estructuración del plan de negocios para un nuevo proyecto de turismo comunitario a propósito de la creación del parque marítimo.
Comunidad de La Plata, Consejo Comunitario de Bahía Málaga. Octubre 2010.
Esta forma de turismo implica un deseo real de interacción con los anfitriones y habitantes de la zona. Implica un aprendizaje sobre el territorio (en este caso colectivo) y el aporte a la comunidad va más allá de los pagos por los servicios turísticos. Los viajeros del siglo XXI no solo toman fotos desde el espacio, participan de un turismo social y ambientalmente responsable. Conocen y aprenden sobre el territorio y sus habitantes.