Por Andrés Álvarez

Acaba de publicarse uno de los libros más esperados, más arriesgados y más sutilmente demoledores sobre la historia económica de la modernidad. Se trata de “Why Nations Failed? The Origins of Power, Prosperity and Poverty” de D. Acemoglu & James Robinson. Se trata de un libro de divulgación de una serie de ideas que estos autores han venido construyendo a lo largo de varias décadas de publicaciones académicas de primer nivel y que, según la opinión de muchos, podrían valerles un premio Nobel de Economía en un futuro no muy lejano.
El libro defiende una tesis central muy simple, pero igualmente original y controversial: el éxito económico de las naciones no depende ni de un determinismo geográfico, ni de un determinismo cultural; depende de la construcción de instituciones virtuosas tanto políticas como económicas. Estas son instituciones que promuevan la pluralidad política y la competencia económica. Ambas, características que incentivan la innovación tanto en lo industrial como en las políticas sociales. El libro es entonces, primero que todo, una cachetada a quienes siguen defendiendo las tesis de una superioridad cultural del mundo anglosajón soportada en su religión o peor aún en su genética. Igualmente se trata dedesmentir la necesidad de una geografía privilegiada para el éxito económico.
Todo lo anterior ya empieza a sonar conocido. La penetración de esta “nueva historiaeconómica” en el sentido común se siente cada vez con más fuerza. Pero, para Colombia el libro debería ser motivo de preocupación o al menos de reflexión. En dos partes significativas del texto nuestro país es presentado como un ejemplo de fracaso y con pocas esperanzas de constituirse en la gran potencia emergente con que sueñan muchos que ven con ilusión la bonanza petrolera o el postconflicto o las últimas cifras de empleo y de exportaciones. Acemoglu y Robinson, con argumentos diferentes, presentan un diagnóstico que muchos intelectuales, a veces tildados de “mamertos”, vienen haciendo sobre Colombia desde hace un buen tiempo: la falla estructural está en la poca presencia del Estado en la provisión de servicios públicos en las zonas alejadas de los núcleos urbanos y el consecuente terreno que se le deja abonado a los actores armados; principalmente a los paramilitares. Todo esto ejemplificado con una durísima y crítica alusión que se hace al período Uribe, digna de una ONG tan aborrecida por el expresidente trinador.
No quiero entrar a juzgar lo bien fundado de estos argumentos sobre el caso colombiano, por una razón principal: creo que para contradecirlos se requiere mucho más que una opinión, se necesita una investigación seria al respecto. Por eso creo que tanto los académicos, como los políticos, como cualquier ciudadano colombiano debería tomarseen serio el desafío que lanza este libro a nuestro país: probarle a Acemoglu y Robinson que sus predicciones sobre nuestro país son erradas y que podrán incluirnos en el futuro entre los ejemplos virtuosos y no entre los fracasos. Pero para eso necesitamos mirar menos la coyuntura y más la estructura de nuestro arreglo institucional.