Por Juan Camilo Cárdenas
 

Por Juan Camilo Cárdenas
 
No creo que haya mucho por debatir sobre la necesidad de que algún mecanismo social y democráticamente pactado intervenga en mis decisiones personales cuando éstas afectan el bolsillo o bienestar de los demás. Fumar y beber, son decisiones personales en las que yo decido sobre los riesgos que corro y asumo esas consecuencias. Cuando no asumo las consecuencias de y sobre otros, creo que todos estamos de acuerdo en intervenir y restringir esa libre decisión de los ciudadanos.
 
Donde si seguimos debatiendo, y deberíamos hacerlo con mas frecuencia que solo después de los desastres, es si el Estado se debe meter al rancho de la gente cuando toma decisiones que les afectan principalmente en lo personal y sin muchas consecuencias directas y materiales sobre los demás. El caso de los desastres naturales sigue siendo pan de cada día, y seguirá siéndolo mientras resolvemos qué se sabe y qué no del cambio climático. No deja de pasarle a uno por la cabeza la imagen del que capturó una cámara hace pocos días. No solo por lo dramático, sino por lo repetitivo de la situación: personas que en uso de razón y dadas sus condiciones económicas deciden ubicar su vivienda en lugares donde los riesgos de desastres naturales implican una relativamente baja probabilidad de perderlo todo. Estoy hablando de viviendas al lado de carreteras con riesgos de derrumbes, , o donde se sabe que los incendios forestales serán parte de cada temporada anual. Estamos hablando de cifras interesantes. Miren solo por curiosidad la tabla 1 de , con los costos de los 20 desastres asegurados mas costosos de la historia reciente con Katrina, 9/11 y Andrew a la cabeza.
 
Aquí viene el problema interesante: La gente es libre de asumir el riesgo que quiera y comparar contra sus alternativas de asegurarse. Mas aun, a veces esa “libertad” viene de la mano de la “posibilidad”. Ubicar mi casa al lado de un río que se desborda cada año o un barranco que se viene en cada invierno puede también estar determinado porque ese es el único lote que puedo pagar, o el último lugar donde me dejan construir un rancho. Unas por otras. Pago menos a la fija, contra una probabilidad que no conozco de perderlo todo por un desastre natural. O pago una millonaria mansión por querer estar rodeado de bosques y lejos de vecinos aburridos donde me saldría mas barato vivir.
 
¿Debería el estado y la sociedad meterse en esa decisión? Sobre todo cuando el Estado termina gastando valiosos recursos atendiendo las consecuencias humanas de esos riesgos asumidos. Metidos en el desastre, claro que hay que atender a la población afectada. Pero, ¿puede salir mas barato evitar esas pérdidas invirtiendo en opciones seguras?
 
Parte del asunto es que apenas estamos comenzando a descifrar cómo nos comportamos frente al riesgo y la incertidumbre. Una cosa es una decisión que tiene varias posibilidades y conozco exactamente la distribución de esas probabilidades (como cuando lanzo un dado de 6 caras y se exactamente el valor de cada cara). A eso lo llamamos riesgo. Otra es cuando no conozco toda la distribución de probabilidad. A eso lo llamamos ambigüedad. Ilustremos con un ejemplo: Metan 10 pelotas (5 blancas y 5 negras) en una bolsa. Saque una al azar, si es negra se gana $10, si es blanca se gana $4. Si usted prefiere recibir $6 en lugar de esa lotería, ud es averso al riesgo, si Usted prefiere la lotería, ud es mas tolerante al riesgo. Algunos van a preferir los $6, otros tomarán la lotería. Pero ahora hagan la siguiente prueba: ofrezcan la misma opción, pero ahora solo muéstrenle a la persona 3 bolas negras, 3 blancas, y no le muestren las otras 4; simplemente digan que las otras 4 pueden ser blancas o negras. Lo que hemos encontrado es que mas gente ahora prefiere los $6. La ambigüedad mueve a la gente a ser menos tolerante al riesgo.
 
Ahora vamos con las pérdidas, que es donde la cosa se pone interesante para los desastres: Cambie la opción de la lotería así: las mismas 5 pelotas blancas y 5 negras. Usted le entrega de entrada $15 a la persona, y ahora puede escoger entre dos opciones: una, perder $9 seguro –se gana $6, o jugar la lotería de sacar una pelota en donde puede perder $5 si sale negra o perder $11 si sale blanca. Por si les da pereza, terminan siendo los mismos valores ($6 contra $4 o $10).
Lo que encontramos es que ahora pasa lo contrario. Mas gente quiere ahora jugar la lotería en lugar de la seguridad de ganar los mismos $6 ($15 – $9). Este resultado es muy robusto. Cuando nos enfrentamos a pérdidas somos mas tolerantes al riesgo. La tolerancia al riesgo es buena en unos casos, y puede ser costosa en otros al exponer a la gente con mayor frecuencia a pérdidas considerables.
 
Recientemente usaron este tipo de experimentos en poblaciones de Indonesia que habían estado expuestas a terremotos e inundaciones y a otras que no. Sus resultados preliminares sugieren que la exposición a desastres de este tipo reduce la tolerancia al riesgo. La lección de la experiencia ayuda, claro, a un costo. Esto llevaría a pensar que se requiere de tiempo y exposición al problema de riesgo y pérdidas para que las personas vayan ajustando su exposición  a riesgos innecesarios. Veo dos problemas. Uno, cuánto estamos dispuestos a perder como sociedad hasta aprender. Otro, las probabilidades de riesgos están cambiando mucho. Los inviernos con Niños y Niñas son muy erráticos, millones invertidos en tecnología no le han permitido a sismólogos construir modelos de predicción de terremotos, y ni hablemos de la combinación de un plan de carreteras que crece y crece junto con los inviernos.
Sin embargo, esto no responde la pregunta. Mientras tanto todo esto pasa, ¿deberíamos meternos al rancho de las decisiones de las personas cuando se exponen a riesgos que en un momento dado implican pérdidas grandes asi sean principalmente para ellos?

Cada vez que vemos el nuevo video de la inundación o el derrumbe decimos “es que no deberían dejar que esa gente haga sus casas ahí”. Esa discusión casi nunca la hacemos en verano.