La renuncia del octogenario político al Senado no es sólo el fin de su larga carrera, también marca el fin de una era en la política colombiana.

“Si yo hubiese venido aquí hace 30 años, probablemente la reunión se hubiese iniciado con unos vivas a un partido o al otro, y, por supuesto, con un ingente consumo etílico (…) Pero miren la reunión de hoy: (…) las mujeres y los hombres atentos a los planteamientos que se han diseñado con mucha inteligencia en esta convocatoria, las mujeres y los hombres con entusiasmo ofreciéndonos su apoyo para que continuemos el trabajo de representarlos en el Concejo, en la Asamblea, en la Cámara, en el Senado”, dijo, con vehemencia, en 2013, el Senador Roberto Gerlein en una reunión política en el barrio barranquillero de El Bosque.

Cinco años después, su decisión de renunciar a reelegirse en el Congreso no sólo marca el fin de su extensa carrera pública de 50 años, sino que con él se van también los últimos remanentes de una forma de hacer política que predominó a lo largo del siglo XX.

Gerlein vivió, en carne propia, el tránsito entre una política electoral prácticamente monopolizada por miembros de las élites locales, basada en la identidad partidista liberal o conservadora y el clientelismo, a una en la que hay más movilidad social y predominan el clientelismo y la compra de votos.

Fue el último sobreviviente de una generación que vivió los cambios que trajo la Constitución del 91 y el auge del narcotráfico en los años 90 y que, en muchas ocasiones, aprendió adaptarse a ellos.

Con él se va del Congreso la última cara de esa amalgama de una ideología clara y los votos elegidos a punta de transacciones individuales.

De las élites locales

Roberto Gerlein empezó su carrera política de la mano de su tío Julio Gerlein Comelín en el seno de una familia que estaba en el corazón de la élite de la floreciente y cosmopólita Barranquilla de la primera mitad del siglo XX.

Gerlein Comelín era nieto del comerciante alemán Eduardo Gerlein Smulders, que migró a la colonia holandesa de Curazao, y sobrino de Eduardo B. Gerlein Guell, uno de los políticos más importantes de Barranquilla a finales del siglo XIX, cuando el puerto empezó a rivalizar con Cartagena en tamaño e importancia. De hecho, Gerlein fue dos veces gobernador de Bolívar (el Atlántico todavía no existía) -el primer barranquillero en serlo- como parte de la regeneración conservadora.

Desde entonces los Gerlein han sido conservadores en una región mayoritariamente liberal, y han mezclado la política y los negocios: el hermano del gobernador, Julio, fundó el próspero comercio La Fe en Barranquilla y era tan de la élite que su esposa Amalia fue la primera presidenta (reina) del Carnaval de Barranquilla a finales del siglo XIX, una designación que desde entonces es prueba de esa posición social.

Su éxito fue tal que pudo enviar a su hijo primogénito, Julio Gerlein Comelín, a la prestigiosa academia militar de West Point, Estados Unidos.  A su regreso fue Director de Tránsito Municipal ad honorem y, a la vez, Secretario de Gobierno departamental del liberal Juan B. Fernández, uno de los fundadores de El Heraldo.

Al tiempo, los Gerlein fueron una de las familias ganaderas que, con el crecimiento de la ciudad, se metieron con éxito al negocio de la construcción, en concreto en el barrio Barranquillita, con lo que la familia mantenía poder económico y político.

Seis años después, Gerlein Comelín creó el Comité Olímpico Colombiano, impusló varios juegos nacionales e internacionales, fue uno de los confundadores de la primera Zona Franca del país -que impulsó desde los años cincuenta y se abrió en 1964- y fue delegado de Colombia ante el Comité Olímpico Internacional (COI). De hecho, murió en Lausana, Suiza, durante una reunión del COI.

Mientras tanto uno de sus primos, Rafael Gerlein y Villate, inició su propio camino político. En la gobernación de Juan B. Fernández fue subsecretario de educación y uno de los impulsores de la carretera a Puerto Colombia; luego lideró los juegos Centroamericanos y del Caribe de 1946 de la mano de su primo, para lo que construyó el estadio Tomás Arrieta; y en 1949 el presidente conservador, Mariano Ospina Pérez, lo designó brevemente como gobernador del Atlántico.

Fue el primer alcalde de Barranquilla que, como conservador, nombró Gustavo Rojas Pinilla justo tras su golpe de Estado en 1953 y volvió a ser gobernador entre 1960 y 1961 cuando, además, fue presidente del Country Club, donde se encontraba y encuentra la élite local. En 1963 tuvo un breve paso por el Senado.

Justo ese año, apoyándose en su tío Julio y su familiar Rafael, un joven de 25 años llamado Roberto Gerlein Echeverría, que venía de trabajar como juez en Barranquilla, fue elegido concejal de Barranquilla por el Partido Conservador.

Además de su familia Gerlein, el nuevo concejal tenía ascendencia goda por el lado materno: uno de sus bisabuelos era el ex gobernador y general Eparquio González, principal jefe conservador del Atlántico en los años 10 y 20.

Una carrera política

Cuando el hoy senador llegó a su primer cargo político, el período de los concejales y diputados era de tan solo dos años y tenían suplentes, por lo que podían ocupar otros cargos. Por eso, aunque fue concejal hasta 1972, entre 1966 y 1967 fue Secretario de Hacienda del Atlántico.

De ahí, saltó a la Cámara de Representantes en donde duró siete años hasta que, en el 73, fue nombrado por el entonces presidente Misael Pastrana, el último presidente conservador del Frente Nacional y padre del expresidente Andrés Pastrana, embajador ante las Naciones Unidas.

Un año después, fue elegido senador por el Partido Conservador y allí empezó a ser reconocido a nivel nacional por su capacidad de oratoria, ganó notoriedad y empezó su trayectoria política de la mano de sus hermanos: Julio y Jorge Gerlein.

Julio es el megacontratista dueño de Valorcon y Jorge, quien murió el 6 de mayo del 2016, fue el compañero político de Roberto en el Congreso. Fue diputado, su suplente entre 1990 y 1991 (cuando la Constituyente revocó a todo el Congreso y eliminó las suplencias) y Representante a la Cámara entre 1992 y 2006.

Juntos, los tres hermanos construyeron una poderosa empresa electoral que va a cumplir 50 años en el Congreso. El funcionamiento, como contamos en La Silla Caribe, era así: mientras Julio era el principal financiador de las campañas de Jorge y Roberto, Roberto le ayudaba con el alto Gobierno para que ciertos contratos le fueran adjudicados a Julio e iba construyendo una empresa clientelar a punta de burocracia local y nacional: el camino tradicional para cimentar un cacicazgo local.

El rol de Jorge era, por otro lado, el de conservar y mantener la poderosa estructura política en el Atlántico, una estructura que siempre ha estado entre las más votadas del departamento: sólo en el 2014, con Jorge y Roberto entrados en años, sacaron 88 mil votos.

“Roberto era el que hacía los grandes discursos y el que mantenía las relaciones políticas con los presidentes y ministros en Bogotá. Jorge fue el que montó la estructura, el que atendía a los líderes y se iba al campo de batalla”, nos dijo un político del departamento que militó varios años en el gerleinismo.

Sin embargo, otra persona cercana a Roberto Gerlein, y que prefirió no dar su nombre para no tener problemas con el Senador, nos contó que, aunque es cierto que Jorge se ocupaba de las bases en Barranquilla, Roberto era el que recorría los municipios y tenía allí contacto directo con sus líderes.

En eso concuerdan también dos políticos conservadores que vieron a Gerlein no sólo hablar en la plaza pública en varios municipios de Sucre y Córdoba, sino también en uno de sus sitios favoritos: las galleras.

“Es un tipo muy elocuente, le habla de tú a tú a todo el mundo de cualquier tema. Si estás en una gallera, te habla de gallos sin importar quién seas, si estás en una reunión política te habla de economía, historia y temas más complejos”, nos dijo uno de ellos.

En eso, el saliente senador era reflejo de una clase política con educación de élite y apellidos de renombre, algo menos común en la política de hoy.

En todo caso, con esta división del trabajo a nivel local, regional y nacional, los hermanos Gerlein construyeron una poderosa empresa electoral que en el Atlántico es reconocida por ser la precursora del llamado TLC (Tejas, Ladrillos y Cemento) que consistía en el intercambio de estos materiales de construcción a cambio de votos, algo que hemos contado en La Silla Caribe y que, en 2006, Daniel Coronell denunció.

En esa columna, contó cómo en el barrio barranquillero de ‘El Pueblito’, en plenas elecciones legislativas, varias personas llevaban en carros de balineras materiales de construcción. Cuando se les preguntó de dónde los habían sacado, respondieron que los hermanos Jorge y Roberto Gerlein se los habían dado a cambio de votos.

Tanta ha sido la influencia de este tipo de práctica clientelista que en Barranquilla se oye decir que los barrios San Nicolás, Santa María, Santo Domínguez y otros del sur y suroccidente de la ciudad son obra de la política de votos de los Gerlein.

Y es que los Gerlein incursionaron en una nueva forma de hacer política que combinaba el viejo clientelismo con la compra de votos que nacía con la inmersión del narcotráfico en la política a comienzos de los noventas, con el aumento de costos de campaña al acabarse las estructuras piramidales en los partidos, con el surgimiento de nuevas competencias locales gracias a la elección popular de alcaldes y con la circunscripción nacional al Senado.

“Para que veas tú, cuando yo hice campaña (a comienzos de los noventas), yo me gasté en toda la campaña entre 5 y 6 millones de pesos (alrededor de 50 salarios mínimos del momento). Ahora calculan que una campaña no te baja de 20 mil millones (más de 25 mil salarios mínimos actuales)”, afirma un conservador de Sucre que hizo campaña por los mismos años que Gerlein.

“Eso que ve uno ahora de que toca darle plata a los líderes, eso no se veía acá. En esa época (finales de los ochentas) uno sólo tenía que asegurar el transporte, la comida de ese día y el ron”, añade otro conservador cordobés, “eso sí, el ron era lo más importante”.

En parte, el hecho de que las campañas fueran más baratas se debe, también, a que la vida ocurría en medio de la polaridad del bipartidismo: el que era conservador votaba conservador y el que era liberal votaba liberal.

Lo que hicieron los Gerlein fue mezclar ese bipartidismo con la naciente compra de votos; algo que pudieron hacer gracias al enorme capital que estaba creando Julio con Valorcon que, en los noventas, con el surgimiento de las concesiones y el fortalecimiento de las asociaciones público privadas, adquirió varios contratos de gran envergadura como, por ejemplo, la Sociedad Portuaria de Barranquilla y la recolección de basuras como parte de la Triple A.

Gracias a esto, Roberto y Jorge pudieron superar el encarecimiento de las campañas y mantenerse en la política, ganando fama de comprar votos. Esto permitió que esa casa política subsistiera mientras otras de su misma estirpe -como sus aliados y rivales conservadores, los Carbonell o los Acosta, o los liberales Martín Leyes- desaparecieron o quedaron muy reducidas.

Un férreo conservador

A pesar de esa capacidad de adaptación, Gerlein también representa una política de líneas ideológicas claras.

En 1978, cuando buscaba reelegirse por primera vez en el Senado, publicó el libro La estructura del poder en Colombia en el que analiza la configuración del Estado colombiano y sienta lo que, para él, son las bases del pensamiento conservador: el centralismo, el fortalecimiento del Estado, los valores morales, entre otros.

Desde sus tiempos como concejal, fue un adepto del laureanismo, el ala más radical del Partido Conservador que seguía los postulados del expresidente Laureano Gómez y que era una de las dos grandes corrientes azules.

En esos años, como militante laureanista, conoció al hijo del expresidente Gómez, el asesinado líder conservador Álvaro Gómez Hurtado. Fueron grandes amigos y Gerlein respaldó las tres veces (1974, 1986, 1990) que Gómez intentó llegar a la Presidencia.

En 1982, ya terminado el Frente Nacional, el apoyo de Gerlein fue crucial para que el Partido Conservador, abanderado por Belisario Betancur, ganara las elecciones obteniendo la mayor votación de un candidato hasta ese entonces. Su poderosa maquinaria electoral, que ya operaba como un relojito gracias a la ayuda de sus hermanos, terminó derrotando a los liberales en Atlántico, un departamento en el que mandaban los liberales de la mano de Pedro Martín Leyes.

Betancur le agradeció el apoyo y lo nombró Ministro de Desarrollo. Fue la última vez que Gerlein dejó su curul.

En ese año también se convirtió en ley uno de los proyectos que más había defendido y que se ha convertido en el más recordado: la igualdad de derechos herenciales a los hijos legítimos, extramatrimoniales y adoptivos. Una ley que cambió para bien la vida de muchos colombianos discriminados hasta ese momento.

A lo largo de su larga trayectoria en el Congreso fue también autor de muchos proyectos, algunos alineados con su ideología conservadora como la prohibición del aborto y la eutanasia en 2011 o la restricción al acceso de propiedad por parte de extranjeros en el 2012; y otros para su región, como el de 2005 con beneficios tributarias a empresas que se instalaran en el Canal del Dique, el de 2011 para crear la autoridad portuaria o el de 2010 para homenajear al difunto pensador barranquillero Orlando Fals Borda.

Su poder creció hasta el punto de que en 1993, con una nueva Constitución, fue precandidato presidencial, aunque terminó derrotado por Andrés Pastrana quien, su vez, perdió en las elecciones de 1994 contra Ernesto Samper.

Esa presidencia marcó un quiebre para Gerlein y fue otra muestra de su capacidad de adaptación. Mientras Álvaro Gómez y Pastrana se fueron a la oposición, Gerlein lideró el ala del Partido Conservador, conocida como ‘los lentejos’, que respaldaron al expresidente durante el Proceso 8.000 y mantuvieron sus cuotas burocráticas, al estilo de lo que vivió cuando armó su estructura durante el Frente Nacional, cuando las peleas ideológicas no implicaban irse al desierto burocrático de la oposición.

Ese gobiernismo de Gerlein lo llevó a protagonizar otro cisma en el 2013 cuando, como contamos en La Silla, los conservadores se dividieron entre santistas y uribistas. Allí, volvió a tomar partido por el lado del Gobierno y, de hecho, fue una de las fichas clave para la reelección de Juan Manuel Santos en 2014.

Pero, más allá de esas peleas, nunca dejó de ser un conservador.

Nunca cambió de partido, mientras otros grandes caciques que sobrevivieron al cambio de la forma de hacer política sí lo hicieron. Solo en el Atlántico, José Name Terán se fugó del Partido Liberal y llegó al naciente Partido de La U para respaldar la reelección de Uribe en el 2006, y Fuad Char llegó a Cambio Radical para respaldar la candidatura de Germán Vargas a la Presidencia en 2010.

Su paso por el Congreso también dejó acuñadas varias frases que hoy se oyen, día a día, en los corredores del capitolio. Tal vez las más reconocidas de ellas son “cuando Gerlein habla, el Congreso calla” y “salga bien o salga mal, eso va a salir mal”. Esta última la pronunció el Senador cuando se estaba tramitando la ley que permitía la reelección de Uribe. A lo que se refería era que, así la ley fuese aprobada por el Congreso, sus efectos iban a ser nocivos para el país.

Por eso, Gerlein era un decano de los políticos azules, el último de una generación de grandes ideólogos y oradores que vivió la mercantilización de la política y forjó un poderoso imperio electoral.

Hoy, los 16 stents que hacen que la sangre circule por las colapsadas venas de su corazón, el debilitamiento de su estructura política y la distancia con su hermano Julio hicieron que el casi octogenario Senador desistiera de la que hubiese sido su decimotercera campaña al Congreso.

Por eso, las próximas elecciones serán las primeras, en más de medio siglo, sin Roberto Gerlein.

Estudié Literatura y Filosofía en la Universidad de Los Andes y de ahí salí a hacer la práctica en La Silla Vacía. Cubrí Bogotá, el Caribe y, ahora, política y Congreso. @jpperezburgos