“El Verbo Encarnado, nunca ha reído. A los ojos de Aquel que todo lo sabe y todo lo puede, lo cómico no existe. Y, sin embargo, el Verbo encarnado ha conocido la cólera, ha conocido incluso el llanto”
—Baudelaire

Algo se ha discutido sobre las polémicas literarias despertadas por el obrar crítico de Harold Alvarado, por ejemplo, en la hubo una larga discusión moderada por Alberto Casas Santamaría, Julito y Félix, los tres chiflados de la emisora La W.

“El Verbo Encarnado, nunca ha reído. A los ojos de Aquel que todo lo sabe y todo lo puede, lo cómico no existe. Y, sin embargo, el Verbo encarnado ha conocido la cólera, ha conocido incluso el llanto”
—Baudelaire

Algo se ha discutido sobre las polémicas literarias despertadas por el obrar crítico de Harold Alvarado, por ejemplo, en la hubo una larga discusión moderada por Alberto Casas Santamaría, Julito y Félix, los tres chiflados de la emisora La W.

El diálogo comenzó con Marianne Ponsford, directora de Arcadia, luego fue interpelada por Mario Jursich, director de El Malpensante, que libreto en mano, recitó partes de su texto “”, publicado a tres páginas en su revista como respuesta (de pronto desproporcionada) a un texto sobre Alvarado impreso a doble página en . Cuando la discusión tomó otros rumbos, Jursich improvisó, trastabilló un poco, hizo el intento de no salirse del libreto y repitió argumentos irrefutables en términos éticos pero, ante la sátira, poco convincentes; porque en las parrafadas de Alvarado queda expuesta una comedia humana que se nutre de la imagen del intelectual y su relación, a veces patética, con el poder; en sus libelos Alvarado no hace crítica literaria convencional, lo suyo es crítica cínica (si se quiere), caricatura (si es preciso), algo que naturalmente es despreciado por cualquiera que tenga ínfulas de institución, cuide su “imagen institucional” y, sobre todo, no sepa reír. Tal vez por eso, cuando Julito le pasó el micrófono a Piedad Bonnet, las réplicas de la literata fueron un eco opaco de lo dicho por Jursich, un sonsonete gremial que incluso amenazó con demandas por calumnia, un quejido lacónico que la risa de la sátira opacó. “Hacer objeciones a la sátira es lo mismo que enfrentar los valores de la leña a la infalibilidad del fuego”, decía el escritor Karl Kraus.

Pero en esta discusión verbal hay un aspecto que no se ha tenido en cuenta: la imagen. Harold Alvarado acompaña sus correos con imágenes de los intelectuales que cuestiona, a veces les suma uno que otro texto, pero rara vez interviene la pose o la situación en “photoshop”. ¿Y de dónde salen estas fotos? Son imágenes que los mismos parodiados han entregado a los medios, lo han hecho en actos públicos, premiaciones y cócteles o incluso abriendo las puertas de su propia intimidad. Y ahora, como narcisos paranoicos se escandalizan ante su propio reflejo, intentan negar la sátira y lanzan la discusión al terreno ético, a la motivaciones malsanas y delirios confabulatorios de un supuesto fracasado y perdedor, a sus defectos de redacción y un soso etcétera… Pero las imágenes siguen ahí, son una “autosátira” involuntaria donde el verbo poco tiene que hacer; el caricaturizado que pretende negarle al caricaturista el derecho que le asiste de usar caras, gestos y anécdotas se convierte inevitablemente en una caricatura más.

“A menudo uno se ríe leyendo estos improperios porque la maledicencia, cuando cae en la cabeza de otro, da siempre risa; es cuando cae en la de uno que duele”, dice Jursich en “De las proporciones”, y es evidente que le duela: Alvarado mandó un correo con un poema de Jursich, le edito la primera línea y cambió la puntuación; no varió mucho lo que decía pero los puntillosos retoques del satirista hicieron pasar al editor de cazador a cazado. Pero el correo no llegaba solo, se abría con una imagen: , una pose hogareña que acompañaba un texto de Héctor Abad, publicado en El Espectador, donde “Mario” y “Pilar” cuentan cómo se conocieron y despachan frases bienpensantes sobre el arte de editar.

“La vida, la mísera vida, verosímil y sin interés, reproduce las maravillas del arte” dice Oscar Wilde en “La decadencia de la mentira”, Alvarado con sus narraciones ilustradas le da un aire de arte a los penosos malabares de la vida social de los intelectuales y su sátira quizá no la motiva el odio, al contrario, podría ser más un acto de amor sin compasión hacia sus personajes.

Lo que sigue es un conjunto de las imágenes satíricas con sus leyendas, el resto es literatura… perdón, el resto es imagen, pura imagen, pantalla y más pantalla…

Bogotá, 1971. Profesor, Universidad de los Andes. A veces dibuja, a veces escribe.luospina@uniandes.edu.co