No se habla mucho de ellos en las noticias, pero Uldarico Peña y José Eduardo Hernández son los dueños de Bogotá. Su historia es de fábula; pasaron de ser humildes taxistas, a decidir, por encima de los alcaldes, qué se hace y qué se deja de hacer en una ciudad de 9 millones de habitantes.
El admirable camino que los señores Peña y Hernández empezaron a recorrer en 1971 está  marcado por el ingenio, el oportunismo y, sobre todo, la falta de políticas públicas a largo plazo  para la movilidad bogotana.
Desde el tiempo en que estos personajes empezaron en el taxismo hasta hoy, ha habido diversas reformas en el transporte capitalino, desde los efímeros troleys, pasando por la eliminación de los “chupas” azules, hasta la llegada del transmilenio y del pico y placa, por sólo mencionar algunas. De cada cambio han sabido sacar ventaja y su modelo de negocio se ha hecho más fuerte.
Actualmente no se sabe a ciencia cierta cuántos taxis circulan en Bogotá, pero la empresa de Peña y Hernandez tiene afiliados más de 25 mil vehículos amarillos, que circulan en doble turno.
Sus defensores dicen que su empresa (los unos) da de comer a más de 50 mil familias; sin embargo dicho en otras palabras, a su empresa le entran mensualmente más de 7500 millones de pesos sin tener que pagar ningún tipo de seguridad social a sus empleados. Adicionalmente son dueños del Centro Comercial Carrera, que no es otra cosa que el acaparamiento de otro segmento del negocio, los repuestos y accesorios para los taxis (que, a propósito, cada vez parecen más salidos de Fast & Furious).
Los dueños de Taxis Libres pueden decidir quién queda y quién no queda elegido como alcalde (se dice que han financiado las campañas los últimos 6 alcaldes) y si se les llegan a ”voltear“, tienen métodos de negociación bastante persuasivos, como el gran paro de transporte que organizaron en la alcaldía de Mokus.
Los taxis son una parte importantísima de la movilidad de una ciudad, especialmente de una sin un sistema de transporte masivo. El servicio que prestan debería estar ampliamente regulado y vigilado, debería haber estándares de higiene y seguridad estrictos para vehículos (más allá del ambientador y el extintor en el paral), educación en urbanidad y turismo para los taxistas, jornadas máximas, etc.
Bogotá está en mora de tener un alcalde con pantalones, que se enfrente a este poderoso gremio  y empiece a trabajar verdaderamente por las mayorías silenciosas.