La biografía de Álvaro Uribe Vélez es un libro predecible: sin sentido del humor, sin sorpresas, sin color, sin giros narrativos. La mayor parte de las 335 páginas contiene la retahíla que le hemos oído una y otra vez en consejos comunitarios, en entrevistas, en Twitter, en discursos, en consejos comunitarios en Twitter. Pero ahí no está su valor. Lo importante no es la historia que el expresidente cree que cuenta sino lo que realmente nos dice esa historia sobre él. En ‘No hay causa perdida’ están las claves del relato fantástico que Uribe tiene sobre sí mismo.

Si tuviera que sintetizar esta idea que les planteo usaría esta cita del libro: “En ocasiones se me ha descrito como una especie de Bruce Wayne suramericano: un niño privilegiado que juró vengar la muerte de su padre asesinado por bandidos”.

No recuerdo a ningún periodista o político o uribista de número que haya comparado a Uribe con Bruno Díaz (como se conoce en español a Bruce Wayne, la identidad civil de Batman). Y aunque uno puede ignorar ese símil desafortunado (pensado tal vez para un lector gringo) y pasar de largo, a medida que avanzan las páginas queda la sensación de que, en efecto, el expresidente cree que encarna ese mito, con una pequeña precisión: no se ve a sí mismo como Díaz –o Wayne–, sino como un Batman de tiempo completo. 

Ustedes dirán que, si es así, ni el libro ni yo estamos diciendo nada nuevo. Que Uribe se cree ungido, ya lo sabíamos; que muchos lo consideran el Mesías, ya lo dijeron; que tiene complejo de Adán, ya salió en las columnas de opinión. El problema es que en estas memorias el expresidente aparece con capa y antifaz no solo en la plaza pública y ante los micrófonos, donde es habitual, sino también a puerta cerrada, donde ejercía el poder con su gabinete. El súper-poder.

Todos hemos oído a Uribe hablar de la firmeza sin dobleces y de la responsabilidad impoluta de su gobierno. Pues el libro está lleno de ese tipo de advertencias que, según él, hacía constantemente a sus colaboradores: “Así, tanto durante mis campañas como cuando asumí cargos públicos, exigí de todos los que me rodeaban seguir el ejemplo de Santa Teresa: ‘En caso de duda, abstenerse’”; “Si la confusión, las recriminaciones y las insinuaciones eran nuestros enemigos, la transparencia era nuestra única aliada”.

Me pregunto si esto puede ser cierto, si es posible que el entonces Presidente enfrentara crisis gravísimas como la del DAS hablándole de Santa Teresa a Jorge Noguera.

El libro también describe el detrás de cámaras de varios momentos exitosos del gobierno: la Operación Jaque, el bombardeo al campamento de Raúl Reyes, el escape de Fernando Araújo, y un largo etcétera (no queda ninguna cuenta de cobro pendiente). En ninguno de ellos hay un solo diálogo sobre las vicisitudes propias del ejercicio del poder, la tensión inherente al hecho o el drama de tomar una decisión donde todas las opciones parecen malas.

Por lo que aparece en el libro, nunca hubo conversaciones de alto nivel en el gobierno sino breves interpelaciones de los asesores de Uribe, quienes trataban de disuadirlo por su exceso de audacia. “Reuní a otros altos funcionarios y pedí sus opiniones sobre cómo debíamos proceder. La mayoría recomendó cancelar el intento de rescate”, escribe. Después él reflexionaba sobre la Patria y las Fuerzas Militares y concluía. “No dudé al tomar la decisión. Me di vuelta y miré al general Padilla: –Proceda –le dije–. Proceda bajo mi responsabilidad”.

Por supuesto que en esas reuniones pasaron mil cosas más. Ningún país se gobierna a punta de diálogos de novelas policiacas. La pregunta es si el expresidente estaba tan imbuido en su propia grandeza, mirando la bati-señal por la ventana de Palacio, que jamás oyó lo que los demás decían.

La comparación entre Uribe y Batman –que él rechaza en teoría pero abraza en la práctica– se origina en la muerte trágica de su papá, Alberto Uribe, a manos de las FARC, un episodio contado en el libro en detalle. Aquí la redacción del texto (traducido del inglés, al parecer) no hace más que reafirmar la idea de que uno está leyendo un cómic:

– ¡Don Alberto, no! –gritó el capitán Rivera–. ¡Son muchos! ¡Lo van a matar!

– Así será –contestó mi padre mientras se refugiaba en la cocina–. ¡Asegúrate de que toda mi familia y mis trabajadores escapen!

Algo similar sucede en otros diálogos, que ya parecen parodias de una trama de acción. Esto le advierte un asesor al entonces Presidente:

– ¡Señor Presidente, tenga cuidado! Hay un criminal muy poderoso en Caucasia, tanto como Pablo Escobar. Su alias es ‘Macaco’, y está diciendo a la gente que lo va a matar porque usted está pisando muy duro, porque está causando demasiados problemas.

De todo este contexto de violencia queda claro que Uribe se forjó en medio de la guerra. Esa dosis de calle, que pocos políticos nacionales tienen y que Mr. Santos solo ha visto por la ventana del carro, está reivindicada en el libro como las cicatrices de un veterano. “Del panel lateral del helicóptero cogí la primera arma que encontré –una ametralladora– y traté de proporcionar fuego de cobertura”, cuenta el expresidente sobre un día en el trabajo como gobernador de Antioquia.

Uribe se aleja de Batman –y, en general, del drama de cualquier superhéroe– a la hora de hablar de sus defectos. Mientras el hombre-murciélago enfrenta dilemas existenciales cada noche, al punto de volverse cursi, el expresidente recurre a la fórmula clásica de reconocer como defecto lo que realmente considera una virtud. Él es demasiado transparente, demasiado sincero, demasiado optimista.

Lo mismo sucede cuando habla de su capacidad de reflexión y de autocontrol, después de aceptar tímidamente que es una persona de muy mal genio: “El yoga nitra me generaba un estado de sueño sin desconcentrarme del mundo real, me permitía un reordenamiento mental, un examen crítico de mis actuaciones, una reflexión sobre dificultades, una fijación de los parámetros que deberían guiarme, todo en un horizonte de retorno a la serenidad”.

Antes de leer ‘No hay causa perdida’ creía que Uribe era, por encima de cualquier cosa, un cínico. Hoy, después de acompañarlo a lo largo de sus memorias, de leerlas capítulo por capítulo (seis en total, titulados ‘Amor’, ‘Coraje’, ‘Constancia’, ‘Confianza’, ‘Responsabilidad’ y ‘Lealtad’), empiezo a creer que puede ser más bien cándido; que se ve en el espejo de la misma manera como nos habla; que está convencido de que cumple la misión especial de un superhéroe. Así esté del lado oscuro de la fuerza.

@CCortesC