Por Daniel Castillo Brieva

El fenómeno de La Niña se acabó, anuncia un comercial en la televisión por estos días, y a continuación se agradece la solidaridad de los colombianos con las familias afectadas por el diluvio. El fín del desastre por supuesto fue anunciado también por el presidente. Ya nadie habla del tema. Ya dejaron de importar las culturas amfibias precolombinas como ejemplo a seguir para readaptar la sociedad a los ciclos planetarios del clima, claro hasta un próximo episodio. Ya se nos olvido que las CARs fueron declaradas culpables de la inundación y no faltó quien dijera que había que desmontar el por que no servía para nada.

Esta es una oportunidad más que se va a perder para generar cambios en las instituciones y las políticas ambientales, económicas y territoriales. La cosa pasará al olvido ante las desgracias diarias de la patria, hasta un nuevo evento que nos asombre, nos haga razgarnos las vestiduras por la falta de previsión y todo lo demás. El caso es que la cosa hasta ahora comienza, esto no es nada comparado con lo que viene a consecuencia del cambio climático. Y lo paradójico es que lo que pude venir no son solamente más diluvios, sino duras sequias que nos hagan extrañar el exceso de agua que teniamos a finales de la primera década del siglo 21, y entonces la tarea será lamentarnos por no habernos preparado para la sed. En una en Perú, se estudiaron  registros de sedimentos de los últimos 2.300 años, se encontraron evidencias de que el régimen de lluvias en América del Sur tiene épocas húmedas y secas, y que desde 1900 está entrando en su etapa seca. Desde principios del siglo 20 los volúmenes de lluvia en Suramérica han disminuido drásticamente. Los autores explican como la tendencia para los próximos 50 años será la misma; cada vez menos lluvia, lo que afectará negativamente la disponibilidad de agua en los Andes y a lo largo de la costa Pacífica sudamericana. Según la investigación, en 2007 se registraron las condiciones más secas de los últimos 1.000 años. Y por supuesto que en los próximos 50 años habrá más episodios de El Niño y La Niña.

Querámoslo o no, el futuro está en manos de la política; la misma que hacen los que no ven más allá de 4 o 3 años hacia adelante generalmente y que hacen todo por hacernos olvidar el pasado. Lo que complica la cosa es seguir negando que las economías y los sistemas políticos están inmersos en y dependen de los ecosistemas. Si las soluciones se siguen centrando en construir más diques para controlar el agua y controlar la naturaleza, en vez de adaptarnos a ella, la cosa se pondrá cada vez más fea. La institucionalidad ambiental debería servir para navegar por los ciclos de la naturaleza de la forma menos traumática posible, pero para eso se necesita flexibilidad, creatividad y visión de largo plazo; cualidades muy lejanas del Sistema Nacional Ambiental, cuya preocupación principal esta puesta en el espejismo del control. Entonces lo único que queda es, una vez más, la gastada y dudosa solidaridad de los colombianos como solución a todos nuestros desastres naturales, la cual será cada vez más inocua.